Siempre que me encuentro con la muerte en los cuentos tradicionales, me acuerdo de una pequeña reflexión de Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas: […] los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas maneras, que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso. Las historias modernas que se escriben para los niños evitan, generalmente, estos problemas existenciales, aunque sean cruciales para todos nosotros. El niño necesita más que nadie que se le den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la madurez. Las historias “seguras” no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento, límites de nuestra existencia, ni el deseo de la vida eterna. Mientras que, por el contrario, los cuentos de hadas enfrentan debidamente al niño con los conflictos humanos básicos. Por ejemplo, muchas historias de hadas empiezan con la muerte de la madre o del padre; en estos cuentos, la muerte del progenitor crea los más angustiosos problemas, tal como ocurre (o se teme que ocurre) en la vida real.
Si lo piensan bien, no lleva poca razón, pues la presencia de la muerte en las historias que han abrigado a los seres humanos desde hace siglos tiene una serie de funciones que se trasladan a nuevas creaciones como el libro-álbum (Y les remito de nuevo a esta gran selección de libros sobre la muerte que aumenta cada año).
En primer lugar, la muerte es justiciera, sobre todo en lo que al plano moral se refiere. No son pocos los villanos que ven cercenada su vida como consecuencia de sus actos a lo largo del relato. Brujas, reyes, hermanos o lobos acaban siendo un banquete para los gusanos en loor del orden moral.
La muerte también actúa como impulsor de la madurez. Como bien apunta Bettelheim, la muerte de un ser querido puede enfrentar a los niños a una situación crítica, casi caótica que, de superarse (como sucede en la mayor parte de los cuentos) provoca cambios a nivel emocional. Aceptar la muerte es un paso de gigante para cualquiera y los críos no van a ser menos.
El tercer punto es más reflexivo, pues la vivencia que el lector tiene a través de las experiencias de los personajes, es un interruptor para tomar consciencia de su naturaleza mortal. Esto puede llevarle a cavilar sobre el sentido de la vida, cuáles son sus deseos, si se han cumplido y si puede cambiar su ruta de viaje.
Otro punto a considerar es el de la muerte como personaje, un recurso narrativo que nos lleva a explorar las apariencias. Qué aspecto tiene, cómo habla, cómo se mueve… No es lo mismo una muerte con voz dulce, tranquila y de aspecto bondadoso que una colérica vestida de harapos negros y con cara de pocos amigos. Todos estos datos nos ayudan a establecer una imagen personal de este concepto de una manera más directa.
Por otro lado, siempre que aparece la muerte en una creación literaria, ya sea oral o escrita, todo el contexto adopta un tono solemne y grave. Es un recurso narrativo de primera magnitud, quizá demasiado efectista, que genera intensidad (¿Recuerdan el comienzo de La ladrona de libros? Nunca sería el mismo sin la muerte). También sirve para dar un giro a la narración o como colofón final. Recuerden todos esos cuentos que han escuchado de niños, observen dónde aparece y entenderán a lo que me refiero.
Para terminar, hay que hablar del ciclo de la vida. La muerte no es el fin, sino una realidad biológica. Todos los seres vivos nacemos y todos morimos. Formamos parte de un proceso de transformación y renovación de la naturaleza. Quizá por eso en muchos cuentos, tras el fallecimiento del antagonista, tenemos un punto y final con un matrimonio, para que haya hijos, el ciclo vital siga girando y la contaminada oscuridad quede oculta por una luz inocente.
El primero es Cuentos de la Madre Muerte, un libro que fue publicado hace años por Siruela y que aparece nuevamente en las librerías con un aspecto renovado, corregido, aumentado e ilustrado. En él se recogen cuarenta relatos tradicionales procedentes de diferentes regiones de España, Grecia, Nepal, Rusia, Irlanda, Cuba o Marruecos en los que la muerte ocupa un lugar privilegiado.
Agrupados en diferentes categorías en las que la muerte tiene diferentes papeles, léase la muerte que da la vida, la muerte enamorada o la muerte burlada, estos cuentos nos ofrecen esa visión plural de un fenómeno que no puede ser ajeno a ninguna cultura, de la estrecha relación que muchos pueblos establecieron con la muerte. Porque solo leyendo estos cuentos, daremos buena cuenta de los apelativos –cariñosos y no tanto- que los aztecas, los inuit o los zulú le otorgaban a esta vieja conocida. Motes de otro tiempo que perduraron o se olvidaron.
En estos cuentos está Piet, que la busca incansablemente, también Kali, protectora de la vida, el peral de la Tía Miseria, Perséfone y su granada, la historia de Xuan que no pudo burlar al Güercu o la que explica por qué la muerte es invisible. Un puñado de buenas historias que se ambientan en diferentes contextos, proceden de diversas fuentes recogidas en un apartado final y están acompañadas de las ilustraciones del polaco Marcin Minor, un artista que va poblando con alegorías, motivos y escenas este volumen tan bien editado
Lejos de ser macabros, estos relatos diversifican una perspectiva que los grandes y pequeños deben conocer. Pues, al contrario de lo que pueden pensar muchos padres y maestros, sobre todo en esa cultura todavía muy barroca y siniestra que se embebe de la fe católica, hay muchas muertes. Cercanas, justas, maternales, torpes y hasta luminosas.
El segundo libro es El alfarero, el maharajá y la muerte. Este relato de Carles Cano e ilustrado por Aitana Carrasco, cuenta la historia de un alfarero que, por desconocimiento, modela la figura de un pavo real, ese animal exterminado de todo el reino, incluso de las representaciones artísticas, por haberse cagado sobre la cabeza del maharajá cuando este era niño. Un malvado ladrón descubre su ilegalidad y lo denuncia ante el maharajá que lo condena a muerte por haber desobedecido la prohibición real. Pero gracias al mago real y una pizca de magia, el maharajá lo perdona. La vida de ambos está íntimamente ligada: si uno muere, el otro también. Así y con todo, tarde o temprano, la muerte tendrá que tomar cartas en el asunto. ¿Conseguirá engañarla alguno de ellos?
Siempre me han gustado los protagonistas ingeniosos y, si además, la inteligencia tiene que ver con salvar la vida, mucho más. Siempre me han gustado las historias en las que la gente de a pie se enfrenta a los poderosos y, si además, ganan los primeros mucho más. Esta es de esas historias, pero les advierto que nada tiene que ver con la venganza, ese puntito entrañable que ofrece el autor apelando al trauma de niñez del maharajá, también ayuda a empatizar con el personaje.
La ambientación de la ilustradora valenciana es una maravilla. Colorista y llena de filigranas y ornatos, recuerda mucho a la estética oriental en la que se supone que se desarrolla la acción. Las guardas, el detalle de la portada, la expresividad de los personajes, la óptica cinematográfica, el estudio del vestuario (¿Han visto el collar y el cinturón que lleva la muerte?), las representaciones de la naturaleza, ese mono cabrón…
Les invito a que lo disfruten porque no se van a arrepentir.










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