miércoles, 29 de mayo de 2024

La suerte del diferente


Ser diferente es una maravilla. O mejor dicho, no ser como el resto de la masa, esa que pastorea y homogeniza. Diferentes somos todos, lo que sucede es que la mayoría se mimetiza con el resto, y otros, los menos, vamos a nuestro aire. Sí, nos señalan en cuanto pueden, nos menosprecian y si pueden, nos fusilan. Pero nadie dijo que fuera fácil. 
En la actualidad, cualquier minoría tiene en deseo eso de lanzarse a las calles y exigir igualdad, es decir, ser considerado dentro del rebaño como otro más sin discriminaciones ni ofensas. Sintetizando, la gente quiere perder su identidad colgándose una etiqueta. Y yo me niego a ser diferente pero como ellos, los demás, me digan, que uno tiene una edad y aborrece los estereotipos. 
Lo que más me jode y por mucho que nos pese, es ese empeño de reducirnos a una idea triste. Desnudarnos ante el gran público, contar nuestras miserias, lucir complejos y traumas para que la masa deduzca que esa monstruosidad que exhibimos, no es ni más que el producto de un lastre vital del que nos queremos despojar.


Sí, queridos lectores, lo que en principio parece ser una idea de diversidad y multiculturalidad, nos es más que toda una farsa para mostrar las debilidades e incapacidades que a menudo utilizan todos los totalitarismos para liquidar por la fuerza a quienes consideran inferiores.
Se piensa que en las guerras, sobre todo en las civiles, no es determinante ser de uno u otro bando para acabar contigo, sino haber sido señalado con anterioridad a que el conflicto estalle. Aunque no deja de ser un dato curioso, explica de soslayo una circunstancia sociológica que debemos tener en cuenta las ovejas negras: existir sin molestar.
¿Y ustedes se creen que yo, monstruo donde los haya, me voy a auto-inculpar de serlo? No, no y no. El que quiera colgarse un sambenito, que se lo cuelgue, pero a mí que me dejen ser yo a la chita callando. Es toda una suerte ser diferente y que (casi) nadie se entere.
 


Y es por esto que me ha encantado el libro de hoy, toda una oda a la inadaptación. Stella. La estrella del mar es un álbum escrito e ilustrado por Gerda Dendooven y recién publicado por la editorial Galimatazo. En él una pareja de pescadores se encuentra con una niña enganchada a sus redes. Nadie sabe quién es ni de dónde viene, pero el matrimonio decide quedarse con ella y llamarla Stella. La cría crece más rápido que el resto de los chavales. Crece y crece hasta ser demasiado grande para su cama, para la escuela, incluso para su casa. Lo de Stella no es normal y ella debe tomar una determinación.


Con una ilustraciones que recuerdan a Wolf Erlbruch y Rotraut Susanne Verner, la autora neerlandesa abre el melón sobre la autoaceptación con una fábula de tintes tradicionales (¿Pueden ver a la Pulgarcita de Andersen o al Juan Erizo de los Grimm?) que aboga por el bienestar de una protagonista que, alejándose del papel victimista, decide tomar las riendas de su vida y mandarlo todo al pairo.
A veces, en vez de buscar esa compasión social, ese buenismo pseudocatólico, haríamos bien en mirar nuestros propios deseos y dar un paso adelante para hacer lo que nos dé la gana sin tener que excusarnos ante lo políticamente correcto o esa sociedad cainita donde la envidia al vecino lo mueve todo.

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