Tras los últimos exámenes (¡Mis alumnos están más vagos que nunca!) y el ataque de un virus que me ha dejado el tracto intestinal bastante tocado, parece que he recuperado las fuerzas de una manera súbita. Lo que parecía que iba a ir de detrimento de mi inventiva, ha funcionado a modo de catarsis y me hallo con bastantes ganas de terminar algunas cosas y empezar nuevos proyectos.
La verdad que quien me conozca dirá que no entiende tanta extrañeza por mi parte, pues “Román ¿cuándo tú no estás maquinando?” Yo me reiría como un niño pillado in fraganti y saldría por peteneras un tanto sonrojado, pues cualquiera se llevaría las manos a la cabeza si leyese todos los cuadernos y libretas que tengo llenos de infinidad de ideas y anotaciones.
Menos mal que las escribo y no las voy contando sin ton ni son. Primero porque no se me acercarían ni la Tana (aburriría a las piedras con tanto castillo en el aire…), y segundo porque eso de ir aireando ocurrencias bien masticadas puede despertar el apetito de ciertos parásitos para hacerse con ellas.
La verdad que trae más cuenta conversar con uno mismo e ir masticándolas poco a poco. Es un ejercicio un tanto saludable para tomar conciencia de nuestra realidad e ir interiorizando pensamientos, concepciones y deseos que, quizá, en un futuro, puedan materializarse. Es una especie de desahogo, un juego dialéctico (puede que también retórico) en el que, posicionándonos desde lo ajeno, despersonificándonos, logremos divisar pros y contras.
Hay gente que lo hace en la cama, antes de dedicarse al sueño, otra, mientras pasea (recuerdo que Darwin tenía su propio camino circular), nadan o juegan al golf, incluso tenemos quienes lo hacen tomando el sol. Pero la manera más bonita de hacerlo es la de Ellen, la protagonista del libro de hoy.
Publicado por primera vez en nuestro país gracias a Wonder Ponder, esa pequeñísima editorial que va editando joyas año tras año, ve la luz Ellen y el león, un libro de Crockett Jhonson, el autor de un sinfín de libros infantiles entre los que destaca su clásico Harold y el lápiz morado (de la que, por cierto, acaba de estrenarse su versión cinematográfica).
Protagonizadas por la pequeña Ellen y su león de peluche, esta colección de doce historias nos acercan al universo infantil desde situaciones cotidianas donde el juego y la imaginación son perfectos aliados para abordar diferentes conceptos.
Como Don Quijote y Sancho Panza, Ellen se dedica a fantasear a todas horas, mientras su inseparable león la intenta bajar del guindo cada dos por tres, algo que muy pocas veces consigue. A pesar de que, como bien se deja entrever en la primera historia, los dos personajes son la misma persona (una especie de Doctor Jeckyll y Mister Hyde), Jhonson atrapa al lector en ese diálogo que refleja el que todos hemos tenido alguna vez con nuestro alter ego.
Típicos juegos de roles, viajes a cualquier parte, aventuras, proyecciones futuras, miedos infantiles y sentimientos tan profundos como la amistad, se van presentando en unas narraciones breves que, desde lo sucinto, se desbordan en nuestra personal interpretación.
Hay momentos tan estelares, como creíbles (la aparición del policía, esa ambulancia rauda y veloz o las estatuas bailarinas, me han robado el corazón). También mucho humor en forma de enfados tontos, desplantes airados, mucho desdén, locuras sin sentido, complicidad y ternura.
Les recomiendo encarecidamente que lo lean porque tiene mucha enjundia. Y si tienen tiempo, también echen mano de otros libros como El letrero secreto de Rosie, Sapo y Sepo o las historietas de Calvin y Hobbes, seguro que los ubican en la misma constelación de lecturas.
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