Estoy muy satisfecho con el pequeño club de admiradores de este espacio que se ha creado en poco tiempo (espero que sigan siendo constantes en sus visitas y no me obliguen a dedicarme a otros menesteres… Breve inciso: creo que necesito sonidos más alegres para la disertación de hoy… Antonio Vega no es muy recomendable en una mañana soleada como esta…).
Me sorprende -no sé de qué modo-, la gran capacidad del personal que me rodea para, una vez tras otra, desearte un feliz año nuevo y propinarte a modo de succión, una pareja de besos indisolubles e incomestibles. Se ve que a la gente le pierde eso de las cuestiones cíclicas y repetitivas: las Nocheviejas, los Años Nuevos, las rebajas, los carnavales, las Semanas Santas, las primeras comuniones, las renovaciones de vestuario, las limpiezas generales, las bodas veraniegas y los apartamentos veraniegos… Como dice una letra muy chirigotera: “To’ lo año, lo mi’mo”.
Uno, no ha sentido nunca la necesidad imperiosa de asemejar su vida a un pez que se muerde la cola, al carácter cerrado del tiempo y su repetición fractal. A un servidor le gusta la linealidad, la continuidad y el avance (esto no quiere decir que sufra de vez en cuando ciertos vaivenes y retroceda a ciertos puntos pasados). Eso de cerrar mi preciado mundo a unos cuantos quehaceres casi rutinarios se escapa de las manos de un emprendedor… Así pasa, que luego vienen las depresiones y demás ínsulas psicológicas… Así que: avancen. Desplazarse es una alternativa a la estasis vital muy plausible. Toda una experiencia, todo un desafío. ¿Qué sería de nuestras civilizaciones si no hubiesen parido a todos esos que se desmarcaron de la tendencia cíclica? Decididamente, nada. Instrúyase y camine en línea recta, es la única salida.
Me sorprende -no sé de qué modo-, la gran capacidad del personal que me rodea para, una vez tras otra, desearte un feliz año nuevo y propinarte a modo de succión, una pareja de besos indisolubles e incomestibles. Se ve que a la gente le pierde eso de las cuestiones cíclicas y repetitivas: las Nocheviejas, los Años Nuevos, las rebajas, los carnavales, las Semanas Santas, las primeras comuniones, las renovaciones de vestuario, las limpiezas generales, las bodas veraniegas y los apartamentos veraniegos… Como dice una letra muy chirigotera: “To’ lo año, lo mi’mo”.
Uno, no ha sentido nunca la necesidad imperiosa de asemejar su vida a un pez que se muerde la cola, al carácter cerrado del tiempo y su repetición fractal. A un servidor le gusta la linealidad, la continuidad y el avance (esto no quiere decir que sufra de vez en cuando ciertos vaivenes y retroceda a ciertos puntos pasados). Eso de cerrar mi preciado mundo a unos cuantos quehaceres casi rutinarios se escapa de las manos de un emprendedor… Así pasa, que luego vienen las depresiones y demás ínsulas psicológicas… Así que: avancen. Desplazarse es una alternativa a la estasis vital muy plausible. Toda una experiencia, todo un desafío. ¿Qué sería de nuestras civilizaciones si no hubiesen parido a todos esos que se desmarcaron de la tendencia cíclica? Decididamente, nada. Instrúyase y camine en línea recta, es la única salida.
Paradoja cierta es, que la sugerencia lectora de hoy esté dedicada a los ciclos (predicar sin ejemplos se llama a esto, por lo que llámenme también el rey de lo absurdo). Ciclos naturales, vitales, ciclos y más ciclos, vueltas y más vueltas, círculos en el tiempo e historias sin comienzo ni fin, son el tema principal de todos los títulos que Iela Mari (en ocasiones junto a Enzo Mari) regala al primer lector. La narración conseguida con sus imágenes coloristas y de excelente diseño prescinde de las palabras en todos los casos, logrando captar la atención del lector por las formas y sus variaciones y de la acción de la historia. Aunque su obra más conocida sea El globito rojo (probablemente por la frescura de la historia y lo imposible de la narración), entre mis favoritas cuento otras como La manzana y la mariposa (un gran ejemplo del fenómeno natural de la polinización y los ciclos vitales de los organismos vivos), Las estaciones (ambas de la editorial Kalandraka) e Historias sin fin (esta última, además de la obra homónima que se adentra en el mundo de las cadenas tróficas, incluye El huevo y la gallina, solucionándonos así uno de los grandes enigmas biológicos).
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