Seguramente conoces alguna pareja de gemelos, y no me refiero a los músculos que te ayudan a caminar o a esos accesorios que cierran de manera elegante el puño de las camisas, sino a los hermanos que se han gestado y nacido al mismo tiempo.
Aunque “mellizo” se utiliza como equivalencia, la palabra «gemelos» es utilizada para referirse a los gemelos homocigóticos, es decir que fueron concebidos por la unión de un óvulo y un espermatozoide, y no dos o más parejas de gametos distintos.
Esto se debe a que durante los días posteriores a la fertilización existe una división anómala que produce dos cigotos. Dependiendo de cuando tenga lugar esa división, tendremos diferentes tipos de gemelos que pueden compartir o no el saco amniótico, el corion y/o la placenta. El caso más llamativo es el de los gemelos siameses, ya que la división del cigoto ocurre a partir del décimo día después de la fecundación, la bipartición es incompleta y ambos fetos compartirán partes de su cuerpo, lo que se llama siameses.
Si algo tienen los gemelos es que comparten la mayor parte de los genes y tienen un vínculo muy estrecho entre ellos, tanto físico, como emocional. Se tocan entre ellos más que otros hermanos, se desarrollan a modo de espejo (en muchos casos uno es zurdo y el otro diestro) y pueden compartir patrones cognitivos. Véase el caso de dos hermanos idénticos de Minnesota que fueron separados a las cuatro semanas de su nacimiento, siendo adoptados por diferentes familias y no se conocieron hasta los 39 años de edad. Sin tener ningún tipo de interacción, ambos medían y pesaban lo mismo, tenían como favorita la misma playa de Florida, eran buenos en matemáticas y compartían aficiones como la carpintería y el dibujo.
No obstante y como ya he apuntado, los gemelos no son dos gotas de agua. Primero porque su desarrollo embrionario es independiente y pueden sufrir procesos que alteren sus genes, segundo porque su nutrición no es la misma durante la gestación y tercero porque hay una cosa llamada epigenética que dice que todo lo que nos rodea puede alterar nuestro genoma.
Precisamente esto es algo que nos cuentan Germán Machado y Mercè Gali en su recién publicado Yo soy el otro, un álbum editado por Litera Libros con algo de guasa y cierta jondura.
En sus páginas nos encontramos la historia de Pablo y Eduardo, dos gemelos que debido a su parecido son frecuentemente confundidos. Todo quisqui se equivoca y nadie sabe quién es quién. Ellos ellos alimentan el juego cambiándose la ropa e incluso se aprovechan del lío para salirse con la suya con una frase hecha a su medida: "Yo soy el otro". Pero como las mentiras tienen las patas muy cortas...
Las ilustraciones me encantan, no sólo por una paleta de color tranquila y elegante, o el uso de diferentes técnicas como el ¿collage digital?, sino por esa dicotomía que presenta pero que a la vez se entremezcla, tanto o más que los protagonistas. Simpático y con cierta crítica constructiva, la narración puede derivar en discursos existencialistas o un pequeño debate sobre la importancia de buscar y ser fiel a la propia identidad, una que a veces se ve minada en la infancia por otros deseos más productivos.
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