martes, 13 de abril de 2021

Construir un mundo ¿mejor?


Cuando empezó la pandemia nos vendieron la moto de que todo este tinglado nos iba a cambiar para bien. Más solidarios, más positivos, más empáticos, más comprensivos. Seríamos mejores personas y todo lo que viniera después pasaría a la categoría de “maravilla”.


Pues fíjense por donde que yo creo que estamos mucho peor. Ya ha pasado un año y yo solo veo inconvenientes, no sólo por esa falta de libertad y todas las limitaciones que llevamos sufriendo durante los últimos meses, sino por los cambios sociales, empresariales o de consumo que se están llevando a la chita callando y siempre tomando como excusa el dichoso virus. Les pongo algunos ejemplos…


Antiguamente, cuando el bicho no existía, todo aquel que no subía en el ascensor con otro vecino habiendo suficiente espacio en el habitáculo, era susceptible de ser tratado como un maleducado o un cretino. Hoy en día no existe ese problema, pues por recomendaciones de salud pública, tenemos que viajar en el ascensor sin rozarnos con nadie, y si lo hacemos, que sea con los de la misma unidad familiar. Y venga ascensor p’arriba, y venga ascensor p’abajo. ¿Resultado? Un consumo de energía innecesario (¿Para eso se pasa la Silvia todo el día con la huella ecológica en la boca?) y una exclusividad propia del clasismo más repugnante


Otro ejemplo es el de la proliferación de los envases de consumo individual para salsas, aceite, tomate, sal, pimienta y un sinfín de productos más que se sirven en bares y restaurantes. Se supone que son para evitar el manejo masivo de envases de mayor tamaño, pero yo creo que esto de las monodosis tiene que ver, por un lado, con el encarecimiento del servicio, y por otro con las limitaciones en el consumo (la mayor parte de los comensales no escatimamos en ese tipo de productos cuando nos ponen un buen frasco, con lo cual, el empresario sale ganando). Eso sí, el derroche en plásticos, papel y otras materias primas ya saben quién lo paga: un planeta llamado Tierra.


Si no teníamos bastante con las tarjetas “contactless” y su uso masivo (todavía estoy esperando datos empíricos y concluyentes de que el SARS-CoVID-19 se transmite por el contacto físico… ¿No será que así cunde más gastar o que controlan la circulación de nuestro dinero?), ahora Inditex se saca de la manga una iniciativa estupenda para obtener información privilegiada. Con la intención de eliminar el ticket de compra en papel, insta a los consumidores a entregar sus datos a través de una app o, en su defecto, un número de teléfono para enviárselo. No creo que nada tenga que ver con la reducción de las materias primas (la prueba es que te siguen dando la bolsa de compra…), sino más bien con el manejo de información a la hora de desarrollar estrategias empresariales. La comodidad y el bienestar al servicio del capitalismo: un clásico paradójico.


En fin, habrá que hacer de tripas corazón y acercarse a Lo que construiremos, el último libro de Oliver Jeffers que ha sido publicado hace unos meses por la editorial Andana. En él, un padre y su hija construyen un mundo que, a pesar de parecer nuevo, siempre es el que las personas de bien deseamos. Hacer y deshacer, protegerse y luchar, dialogar y perdonar, aprender y disfrutar, o abrir y cerrar, son algunas de las dicotomías tan humanas que nos presenta de una manera poética y metafórica.


Aunque a Jeffers le ha dado últimamente por la instrospección y se ha olvidado un poco de su lado más canalla y divertido (será que se ha hecho padre…), las imágenes tienen mucha fuerza y atrapan por su colorido y simbolismo, santo y seña de un autor que regresa a ese mensaje de esperanza y concordia que comenzaría con su Estamos aquí.
Un libro tan utópico, como necesario que nunca viene mal para llenarse de energía positiva pero que, al paso que vamos, nunca se hará realidad.

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