Mucha gente piensa que el proceso creativo tiene mucho de mágico. Que ilustradores, escritores, fotógrafos, directores de cine o músicos tienen un don y que, por arte de birlibirloque, son capaces de cualquier cosa sin entrenamiento previo. Pues no, señores, además de cierto sentido estético y alguna aptitud, detrás de cada artista hay muchas horas de trabajo, de reflexiones, de pruebas, ensayos y errores, y, sobre todo, muchas horas de estudio.
Dominar los pinceles, el cincel, el objetivo o el arco de un violín, requiere de cierto empeño y mucho tiempo. Luego, amén de las repeticiones y equivocaciones, las sonatas de Rachmaninov, las esculturas de Giacometti o El pelele de Goya acaban pareciendo fáciles.
Nos mintieron sobre el uso de las drogas duras, el alcohol, el sexo, los viajes astrales, la interpretación de los sueños, el budismo, las partidas de ajedrez e incluso el ecologismo. Nada asegura la catarsis artística. Las ideas pueden llegar en cualquier momento. En mitad de una clase, en plena ola de calor, en la habitación de un hospital o sobre la taza del wáter.
Tanto es así que convengo con ustedes en que algo de paz y tranquilidad nunca viene mal para aclarar las ideas e inspirarse a base de pensamientos y recuerdos que, aunque complejos, siempre logran ordenarse y conspirar en pro de un mensaje -el nuestro- que va elevándose y tomando forma.
Por todo ello no se extrañen si alguna vez reciben tirones de orejas, mañas caras o alguna que otra coz por parte de artistas y creadores, gentes que no suelen gustar de enteraos, impertinentes, opinadores y golismeros que, además de contribuir a la marabunta, distraen y molestan.
Por eso, cuando leí Nirave y el mar por primera vez, esbocé una amplia sonrisa de triunfo, algo por lo que le estoy muy agradecido a Matt Myers, su autor, y a Dr. Buk, la pequeñísima editorial abulense que lo ha traído hasta nosotros. Y como sé que este libro ha pasado desapercibido para muchos monstruos, aquí lo traigo para su disfrute. Les aseguro que les va a encantar.
La orilla del mar. Un día espléndido. Mientras otros se dedican a pasear o al juego, Nírave contempla el horizonte y comienza a conversar con la arena y los desechos que encuentra en la playa. Varias personas se acercan y lanzan preguntas. Condescendientes, de extrañeza, unas con sentido, otras más absurdas. Haciendo caso omiso, ella da rienda suelta a su imaginación, hasta que de pronto se acerca alguien que la sorprenderá gratamente.
Atmósfera y localización son los dos rasgos definitorios de unas ilustraciones en las que podemos oler el mar, disfrutar de las aves pasajeras, o de cómo el sol se filtra por la espuma que llega a la orilla. Imágenes llenas de quietud y profundidad -muy aptas para espectadores contemplativos- llenan las páginas de un álbum donde se respira la tensión de un alma creativa e introvertida que anhela encontrar un lenguaje propio entre ese ruido absurdo que muchas veces es el mundo, que trata con indiferencia a quieres no saben mirar, y que aborda también el entendimiento intergeneracional y las formas de concebir el arte.
Realismo y pinceladas de ¿acrílico u óleo? que consiguen sorprender y emocionar a partes iguales.
Aparte de ser una historia ideal para leer en la orilla de la playa, tiene mucho de cotidiano, algo que la hace perfecta como regalo a niños rebeldes, artistas en ciernes o incluso consagrados. Solo ellos entenderán la necesidad de entender la creatividad desde un proceso reflexivo y libertino.
1 comentario:
He leído el libro y me parece que es un auténtico goce seguir su historia y recrearse en los maravillosos dibujos. Aunque esté publicado como cuento para niños, estoy seguro que no defraudará al adulto al que le gusten esas pequeñas y maravillosas piezas creativas que son muchos cuentos. Muy recomendable. Y muy acertado el comentario que haces del libro
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