Aunque
disfruto enormemente topándome con todo tipo de charlatanes (N.B.: Creemos que
escasean, pero lo cierto es que están por todas partes, léase toda una fruteros,
albañiles, chapistas, mecánicos, artistas, mendigos, informáticos, banqueros,
cocineros, futbolistas y hasta ministros que se valen del parloteo más seductor
para convencerte de la fortuna que has tenido al cruzarse en tu vida), a veces
me aburren con tanta historia, con tanta leyenda urbana.
Prefiero
disfrutar de sus cuentos y mentiras sin prestarles la confianza y credibilidad requeridas
(¡ególatras!), ya que tenerlos en consideración y atender a sus pobres
parábolas, puede perjudicar considerablemente mi salud mental, sobre todo
cuando mezclan la hechicería con las tarjetas “black”, los seres mitológicos
con el elevado coste del ladrillo, o las espadas con el suelo hipotecario.
Admito
su agilidad mental, envidio su verborrea ilimitada y venero su capacidad de
inventiva (me recuerdan a esa labor social que los romances de ciego y las
epopeyas tenían con el vulgo), pero hay que ser cautelosos con esas leyendas
que muchos idean para meternos en sus bolsillos (y de paso, también a nuestra
cartera) y a modo de telenovelas de de
tres al cuarto que poco tienen que ver con la vida real.
Los
argumentos de estas leyendas de hoy día, poco tienen que ver con los de tiempos
pasados, unas que, llenas de fantasía hablaban de las hazañas de los héroes de antaño,
nos explicaban cómo funcionaba el mundo, de cómo los dioses, la naturaleza y,
sobre todo, la voluntad de los hombres, le había dado forma. Son el vivo
ejemplo de cómo ficción y realidad pueden caminar de la mano sin chocar,
complementándose en el dulce vaivén de las sagas y la historia.
Indudablemente
las leyendas siempre tienen algo de cosecha personal, de detalles ingeniosos
que hacen increíbles los avatares que incluyen en su matriz. Esa grandilocuencia
y controversia, son los ingredientes de La
historia de por qué los perros tienen el hocico húmedo de Kenneth Steven y Øyvind
Torseter (Barbara Fiore Editora), una de esas leyendas que mezclan el mito y el
humor, la realidad con lo vano e impreciso, e incluso, con lo absurdo (de todo
tiene que haber en la literatura infantil) para conseguir una leyenda
contemporánea. Sus autores, sirviéndose de uno de los pasajes bíblicos más
conocidos (el del diluvio universal y el arca de Noé), nos cuentan de una
manera colorista (me encantan las líneas tan fluorescentes de este libro, mi
enhorabuena al ilustrador por hacer este ejercicio tan arriesgado) y totalmente
acientífica (si no, no tendría gracia…), el porqué los perros siempre tienen el
hocico húmedo.
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