España
tiene un sabor especial. No sólo por la tortilla de patatas, el buen jamón, o
los personajes que por aquí pululan (véanse
la Duquesa de Alba o Isabel Pantoja, dos grandes del no-se-qué), sino por las
buenas (y malas, que también son necesarias) empresas que ha parido este sitio
a caballo entre el Mediterráneo y la vieja Europa.
Desde
que la crisis se hizo patente hace unos años, hemos sido muchos los que hemos
apoyado los productos “made in Spain” (mucha gente anónima, no sólo Bertín
Osborne), tanto dentro, como fuera de nuestras fronteras. Desde
electrodomésticos hasta productos alimenticios, pasando por los coches o el
mercado textil, en España contamos con una industria inmejorable que sufrió
mucho la deslocalización (muchas empresas cerraron sus fábricas y plantas de
montaje en nuestro territorio para abrir otras en países como China, donde los
sueldos eran paupérrimos y los costes infinitamente menores) por la que ahora
nos vemos lastrados (y peor que nos veremos a tenor de la falta de inversión
privada y pública).
Aunque
no lo creamos, esto también se ha hecho notar en el mundo editorial, mucho más
todavía en el mundo del libro infantil, concretamente en el del álbum
ilustrado, un tipo de producto bastante caro (tapa dura y a todo color), que ha
pasado a imprimirse regularmente en China y ha dejado de lado a las imprentas
patrias, un sector que está viviendo momentos dramáticos a pesar de estar
considerado uno de los mejores del mundo (no olvidemos que nuestras artes gráficas
tienen solera, tradición, pata negra y ¡olé!).
Siento
tristeza al constatar en los créditos que las grandes editoriales del libro
infantil prefieren encargar sus pedidos al gigante asiático y esperar durante
meses la mercancía en buques mercantes, mientras muchos negocios familiares de
la tinta y el papel que están a la vuelta de la esquina han echado el cierre
durante estos años por la escasez de trabajo. Una verdadera pena.
Entiendo
que el empresario ha de tener en cuenta el balance de costes y ganancias en su
negocio, pero a ello hay que añadir que, muchas veces no es tanta esa
diferencia y, con una adecuada gestión y buenos acuerdos, podemos repercutir de
manera positiva en nuestra economía y sociedad aportando un poco más de
voluntad (fíjense en alemanes e ingleses, unos que blindan sobremanera sus
negocios al intrusismo extranjero de manera que todo redunde en ellos).
Por
todo ello, abogo por el álbum ilustrado impreso y encolado en España, y aplaudo
desde aquí a todas las editoriales (grandes o pequeñas) que han tomado la
decisión más que acertada de apostar por las imprentas de nuestro país y dar
trabajo de manera indirecta a impresores y operarios.
Y
cómo ejemplo de álbum ilustrado completamente español, les traigo El patio de doña Amelia, con texto de
Arturo Abad (andaluz), ilustraciones de Leire Salaberria (vasca), editado por Alba
Editorial (catalana) e impreso en Barcelona, que nos cuenta la historia del
dios Ramón y la señora Amelia que, a base del vuelo de los pájaros y una pinza
para tender la ropa, aprenden que la casualidad y los vecinos traen agradables
sorpresas.
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