Hace
tiempo que ando con los ojos bien abiertos para no toparme con lo indeseable, aunque,
inevitablemente y afortunadamente, me choco con ciertas personas que parece ser
que se interponen en mi camino por alguna extraña aunque bienaventurada razón,
algo que me sorprende sobremanera cuando me paro a pensar en mi naturaleza como
ser social.
Gracias
a este cruce de trayectorias he logrado constatar que la crisis que vivimos no
sólo se refiere al panorama económico o político (del que hablo más de la
cuenta), sino que también se resiente todo aquello que tiene que ver con las relaciones interpersonales… La
infelicidad llena la atmósfera y la desidia se hace con muchos corazones.
Algunos no viven contentos con sus matrimonios y/o noviazgos, otros deciden que
la familia no es una razón de peso para seguir adelante, los hay que a pesar de
su belleza tienen ensombrecido el corazón con la fealdad de sus pensamientos, otros
se sienten vacíos con el trabajo que la mayor parte de los parados soñarían,
los de más allá sienten que la soledad derrumba sus ilusiones, otros anhelan
una utopía con la que compartir sus vidas, y también hay muchos que focalizan
su éxito en los resultados académicos, deportivos o personales pero que a pesar
de ello no encuentran respuesta al omnipresente “por qué”.
Quizá
sean los curas, los filósofos, los psicólogos, los psiquiatras o los, tan de moda,
“coaches” personales, aquellos sobre los que recaiga prestar ayuda y servicios
a todas estas almas de cántaro (que no son pocas, se lo advierto) que necesitan
uno o varios motivos que les faciliten la tarea de vivir, dejando a un lado los
quebraderos de cabeza del devenir en un mundo tan loco como el nuestro que nos
pone demasiadas trabas y obstáculos.
Yo
prefiero mantener mi cabeza ocupada (lo justo, que pensar también cansa) e
intentar lograr las metas a corto plazo que me voy marcando. Unas veces se
consiguen y otras caen en saco roto, pero nunca son en balde. Muchos
preguntarán por el motivo, a los que respondo sin complejos “Por el mero hecho
de trascender”. A veces vivir es tan fácil como intentar que los demás te
recuerden como tú querías que lo hicieran. Quizá sea una meta absurda apelar a
la memoria como mero objetivo de nuestra existencia, pero es suficiente para no
dejar caer en el olvido nuestro paso por aquí, como si fuésemos fantasmas de
nosotros mismos.
Aunque
no lo crean (ya se que a muchos de ustedes les parezco reiterativo en mis
palabras), he visto todo eso en La
ballena de Benji Davies (publicada en castellano por la editorial Andana)
una historia de lucha de un pequeño cetáceo varado en la costa que, gracias a
la compasión y ayuda de un niño y su abuelo, logra volver al mar para no
rendirse en una playa que, evidentemente, no es la suya.
Sigan
el ejemplo y no queden encallados en el punto de no retorno. Siempre hay
alguien dispuesto a echar una mano…
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