Esto
de las fiestas supone una grave alteración en los hábitos alimenticios… Comer a
deshoras, con resaca, ingestas copiosas y sin sentido, reflujo gástrico a
granel, panzas en modo lavadora… Vamos, que después de la Navidad y con unos
cuantos kilos de más (calorías vacías aparte… el alcohol es lo que tiene), lo
mejor será acudir a una cura de ayuno en una famosa clínica marbellí (es lo
único que me jode de ser pobre: no cuidarme como un rico) o, en su defecto,
ponerse en manos de un guía nutricionista.
En
cualquier caso y sin ánimo de joderles los ágapes que les restan hasta la
venida de los reyes de oriente, les recomiendo que, en vez de una cama comedor
(Sí, sí, de esas en las que además de dormir se pueden poner tibios a comer),
sean más condescendientes con sus curvas y pidan en sus cartas (¡viva la
escritura a mano!) una faja térmica porque, bien pensado, ¡el verano está a la
vuelta!
Si
tarde, a medianoche,
te
entra el apetito,
en
la Cama Comedor
nunca
falta un bocadito.
La
almohada de pan
para
una dentellada certera
y
la máquina automática
instalada
en la cabecera.
Pulsando
allí con el dedo
y
sin necesidad de dinero
puedes
sacar pollo frío
y
hasta un pastel entero.
Sylvia Plath.
En: El libro de las camas.
Ilustraciones de Sir Quentin
Blake.
2014. Barcelona: Libros del Zorro
Rojo.
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