jueves, 8 de diciembre de 2022

Fantasía nocturna


Ya han llegado las luces, el turrón y los gorros de Papá Noel, las celebraciones corporativas, los eventos familiares y las reuniones con amigos. En definitiva, ya está aquí el despiporre (pre)navideño.
Si nunca les he dicho que me encanta, lo hago ahora. Por mucho que la gente se empeñe en decir que la Navidad es una época gris, triste y sin sentido, aquí estoy yo para defenderla, no solo en espíritu, sino también en sus diversas formas.
Y ya les digo que yo no pongo la casa como si fuera El Corte Inglés. Aquí, de espumillón, nada. Tampoco hago regalos (el consumismo me trae sin cuidado), ni cuelgo monigotes del balcón. Pero sí que celebro. Vino y cerveza, a tutiplén; jarana, sin medida; amigos, los de siempre, los que quieran y los que vengan.


Eso sí, últimamente, lo que llevo muy mal, es el mogollón que se lía. Empieza diciembre y no hay quien entre a ningún sitio. Avalanchas en comercios y supermercados. Lo que prometía ser divertido, no lo es tanto, sobre todo en los bares. Tardas horas en pedir una copa, los precios se disparan, los camareros están de mala hostia, se acaban los vasos y el hielo, y sobre todo, gente, mucha gente.
De entre toda esa fauna que llena las calles estos días, mis favoritos son esos energúmenos que llevan todo el año sin salir por orden de parientes varios y se lanzan a los cubatas como toros desbocados. Recordando momentos de gloria de los que ya no asoma ni un milímetro, se abocan al mal beber. Les mea un pájaro y ya van ciegos, alternan con cierto patetismo, y las décadas pasan factura a sus atuendos. Ellas y ellos, ellos y ellas. Sin distinción.
Lo mejor de todo llega cuando arriban a su casa cuan cenicientas -pensando que son las seis de la mañana- y echando las papas por el balcón. Juran y perjuran, ante dios y el lecho matrimonial, no volver a dejarse engañar por fantasmas del pasado. Lo suyo es el padel, el scrap-booking y los cursos breves de la universidad popular. Otra noche es posible en mitad de la Navidad.


Como sé que les faltan ideas (suelo observarlos mientras juegan con sus hijos), aquí les dejo Una noche fuera, un álbum de Ho Baek Lee que ha publicado Kókinos, para que vayan cogiendo alguna durante esas noches en las que el marido o la esposa gusten de hacer el cafre.
Sencillo y sin pretensiones, este libro nos cuenta la historia de una conejita que, aprovechando la ausencia de su familia, decide abandonar su balcón para internarse en la vida de los humanos. Se prepara la cena, acude al baño a maquillarse, se viste con los vestidos de la niña, toca el piano, empieza un libro poco divertido y se pone a patinar.


Desde la serenidad y con la línea pausada que nos suele llegar desde el ámbito oriental, este libro no solo nos habla de juegos infantiles, de esa necesidad de emular la vida adulta que sienten los niños cuando los adultos no están, sino que se interna en terrenos más complejos, como el de las vidas paralelas que mascotas (y juguetes) desarrollan con nocturnidad y alevosía, un interruptor argumental que abundan en muchas lecturas dirigidas a este público.
Por este motivo, la belleza de este álbum no reside en el conjunto de acciones que desarrolla la protagonista y que vienen acompañadas de ilustraciones a color o en blanco y negro, sino más bien en ese recurso discursivo de la ventana indiscreta que transforma lo ficcional en real. Esto provoca un cambio de perspectiva en el lector-espectador, un extrañamiento que todavía se hace más patente cuando, al final de la historia, nos damos cuenta de un mínimo detalle que, recordando a otros autores como Chris Van Allsburg, nos envuelve en la duda y la magia literaria.
Lo dicho, pura fantasía nocturna.

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