Siempre me gustó una foto que mi abuela tenía en el salón y donde aparecíamos todos los nietos en mitad de un bosquete de ailantos que rodeaba la vieja balsa de mi abuelo. A pesar de ser en blanco y negro, aquella espesura se parecía más a la de una selva y nosotros éramos los salvajes que la habitábamos.
Y es que los niños de los ochenta estábamos por civilizar. Nos criamos riñendo con otros niños. Hijos del baby boom que sufrió España a finales de los 50, raras eran las reuniones familiares en las que no había una decena de críos enredando, saltando y lloriqueando. Lo mejor es que había hueco para todos, desde el más pequeño hasta el más grande. Un popurrí de edades, estaturas y personalidades que se mezclaban para ir creciendo al unísono, acorde a nuestras necesidades y echando un ojo a las de los demás.
Algo parecido debió pensar Julia Sarda cuando estaba ideando La reina en la cueva, su nuevo álbum que acaba de publicar Blackie Books. En él cuenta la historia de Franca, Carmela y Tomasina, tres hermanas (este número siempre da mucho juego en las historias infantiles), que van en busca de una reina que vive en una cueva oscura, en lo profundo del bosque, cruzando la valla del jardín. ¿Lograrán encontrarla?
Inspirado en aquellos veranos que pasaba en Rupiá, el pueblo de su padre, junto a sus primas, y en los que, sin demasiada vigilancia, se sentían libres para disfrutar de cualquier momento por mínimo que fuese, la autora construye no solo una de aventuras, sino una bella metáfora sobre el paso a la vida adulta que experimenta, sobre todo, Franca, la mayor de las tres hermanas que allana el camino para el resto.
También es un libro sobre brujas, no solo por el personaje de Carmela que va tan bien caracterizado, sino por multitud de referencias a estos personajes de cuento que existen en sus páginas. El manual de la bruja de Malcolm Bird o la Ana Bruja de Madeleine Edmonson son algunas de las obras que inspiran y/o aparecen en esta historia. Incluso, algunas vecinas de Rupiá han inspirado a la señora Ribot y sus amigas.
No hay que olvidar todas esas plantas de uso medicinal o mágico-religioso como las ortigas, el estramonio, la digital o la caléndula y que, a modo de ornamento, funcionan como alegoría y acompañan a todas esas hechiceras que deambulan entre las páginas.
Es un libro lleno de guiños y detalles en el que hay que perderse sin remedio. Composiciones donde franjas, diagonales o círculos son los protagonistas, estampados y elementos decorativos que recuerdan a las ilustraciones de Ivan Y. Bilibin y sus coetáneos, personajes que parecen haber sido extraídos del universo de Miyazaki, hormigas con cierto aire a los bajorrelieves del antiguo Egipto. Incluso aparece un tributo a la Vista del jardín de la Villa Medici en Roma de Velázquez, una obra poderosa que dota de más realismo a esos jardines mediterráneos donde los cipreses, higueras y palmeras conviven a la perfección.
Por último, es curioso como Julia Sardá, lejos de tomar partido por ese ecologismo manifiesto que parece haber llenado todos los libros infantiles actuales, decide humanizar latas vacías y cartuchos de perdigones para transformarlos en escenas preciosas (el funeral de la matriarca de las ratas es mi favorita) o utilizarlos como álbum de recuerdos particular en el que se ven desde juguetes, hasta bolsas de Cheetos o camisetas Toi. Una oda a la España más cañí donde las conservas Ortiz o las banderillas Torera también nos hablan de un tiempo pasado. Objetos que puedes encontrar en cualquier vertedero y que a ojos de nuestras protagonistas adquieren una nueva dimensión, una semblanza diferente.
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