Además de comer, beber, bailar, reír y llorar, a lo largo de este verano también he abierto huecos para leer, esa afición que compartimos los monstruos. Una de mis lecturas ha sido El rey Mateíto I, un clásico de la LIJ polaca que Anaya ha traído a nuestro país en el año de su centenario y que ya incluí en mi selección estival de narrativa infantil y juvenil.
Además de recomendárselo a manos llenas, hoy estoy aquí por culpa de una nota editorial incluida en el mismo y que dice así: Algunos de los comentarios que aparecen en El rey Mateíto I se consideran inapropiados e inaceptables en la actualidad. A la hora de la lectura, se debe tener en cuenta que esta novela fue escrita en 1923.
Si bien es cierto que puede pasar inadvertida para muchos, a un servidor le han dado mucho que pensar estas apenas tres líneas bajo las que subyacen muchas ideas que se pueden relacionar directamente con la cultura de la cancelación, una que nos embebe desde hace unos años y sobre la que no he hablado directamente en este espacio de libros.
Para el que no lo sepa, este término hace referencia a un fenómeno social que consiste en retirar el apoyo, ya sea moral, financiero, digital e incluso social, a aquellas personas, empresas u organizaciones, como consecuencia de determinados comentarios o acciones generalmente relacionadas con temas controvertidos, como la igualdad de género o el ecologismo.
Aunque se puede pensar que la variante más extendida es la llamada buenista, es un fenómeno bidireccional, algo sobre lo que llamaron la atención las más de 150 personalidades del mundo de la cultura que firmaron la carta conocida como Harper’s Letter publicada el 7 de julio de 2020 en Harper’s Magazine y donde, entre otras cosas, se llamaba la atención sobre la intolerancia hacia los puntos de vista opuestos, la moda del vituperamiento público y el ostracismo, y la tendencia a disolver problemas políticos complejos con una certeza moral que enceguece.
Por ello no es de extrañar que ciertas empresas, en este caso las editoriales, se curen en salud frente a los lectores potenciales, avisándoles de que la obra literaria que van a leer puede herir su sensibilidad, algo parecido a lo que se hacía antiguamente con las películas violentas o con las escenas sexualmente explícitas.
Si bien es cierto que estas pequeñas excusas dan un capotazo a esa censura que chorrea en estos tiempos de impostura e intentan respetar las obras originales y el patrimonio intelectual de los autores, también procuran una coartada a los llamados ofendiditos y eliminan el posible encuentro con esos lectores que con solo una advertencia siguen en su secta favorita. Es decir, minimizan la atención sobre la obra y minimizan los encuentros casuales, algo que los buenos lectores siempre agradecemos.
Y algunos me dirán: "Es que tú eres un kamikaze, querido Román". Y yo asentiré con agrado. No solo porque me encante la gresca, sino porque es la única forma de retratar a mis congéneres en una sociedad donde la agogé se ha enterrado bajo toneladas de postureo.
No obstante, y por muy guerrero que me considere, entiendo que la inteligencia es la mejor arma a blandir cuando se trata de no ahondar en la división social y aupar ese enriquecimiento que ha hecho mucho por la humanidad, tanto social, como culturalmente hablando.
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