jueves, 26 de octubre de 2023

Entender nuestra propia naturaleza


Quien no vea la incipiente fragmentación social que se respira en el ambiente durante los últimos años, es que tiene la retina muy distorsionada. Y no es que yo vea doble, que también, sino que allá donde otros presumen concordia, igualdad y buenas intenciones yo solo vislumbro una costra bajo la que subyace el odio más irracional.
Y es que el Estado, el mismo que debería estar velando porque las relaciones entre los ciudadanos no se deterioren, está enfangado hasta las trancas en la devaluación de la nación a base de ese celofán tan risueño y esperanzador con el que nos lo presentan todo.


No hay día que no nos coman el seso con una nueva “política social” (así las llaman), con una “ley igualitaria”, con un nuevo as sacado de la manga que ahonda, no solo en las diferencias entre unos y otros, que las tenemos, sino en el papel de víctima y verdugo que tanto gusta en esta sociedad de etiquetas.
Cuanto más nos reconocemos en la diversidad, más nos odiamos los unos a los otros. Guerras, disturbios, manifestaciones, asaltos… Parece que la ONU, la OMS y la Agenda 20-30 desatan más violencia de la que contienen. Es bastante curioso como ese buenismo social que se ha extendido en los países más demócratas del mundo, está desatando una respuesta muy diferente a la esperada.


Y así, asqueado de la realidad que se cierne sobre mí, me abro hueco en un sofá atestado de libros para disfrutar de Una noche en el paraíso, un álbum con texto de Jürg Schubiger, ilustraciones de Rotraut Susanne Berner y editado por Lóguez este otoño.
Abro su tapa troquelada y disfruto con esa ilustración a modo de filigrana que nos regala la artista alemana. Conforme paso las páginas me adentro en el edén y me acuerdo de aquellas historias religiosas que, como oyente obligado, disfrutaba en mis clases de ética que, paradójicamente se desarrollaban junto a mis compañeros católicos.


Sigo leyendo y empiezo a darme cuenta de que Schubiger y Berner intentan recrear a su manera algunos de los momentos que podrían haber vivido Adán y Eva en aquel jardín de follaje exuberante, a reventar de criaturas diferentes, extintas o microscópicas.
Si esperan una recreación bíblica de esa relación, les recomiendo que se bajen de la burra, porque los autores abandonan todo tipo de connotaciones religiosas y se sumergen en la condición humana, esa que compartimos todos, sea cual sea el credo que recemos (o no).


Atestado de hermosas aves y animales de toda condición, este vergel es el único testigo de las preguntas y respuestas, de las semblanzas y metamorfosis, de los miedos y anhelos que estos dos personajes experimentan con el pasar de las páginas.
Diálogos con temas tan sencillos, como jugosos, ilustraciones coloristas y llenas de detalles, y textos breves pero intensos, llenan un libro que bien podría contextualizar más de una clase de filosofía. La esperanza, la existencia, el amor o el tiempo se suceden en una historia de la que todos conocemos el final, un final que por fin logramos entender y compartir.

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