Cada día que pasa me pongo más nervioso cuando veo que alguien llora sin un motivo aparente. Echando mano de emociones descontroladas y esa vis tan teatral que ha ido adquiriendo la vida durante estos últimos años, el personal se cree con derecho a derramar lágrimas sin ton ni son, algo que deja relucir la dejadez emocional de una sociedad que funciona como pollo sin cabeza.
Con esto no quiero decir que haya que reprimirse las lágrimas, sino que estaría bien que no las derramáramos sin un motivo aparente, y mucho menos, banalizarlas, pues eso de llorar en público parece que se ha tornado una moda, a mi juicio, bochornosa donde el victimismo, la autocompasión y la conmiseración tienen mucho que decir.
Hemos pasado de un extremo a otro. Hace cuarenta años nadie lloraba. Ni niñas ni niños. Y el que lo hacía procuraba que fuese una cuestión privada a la que solo estaban invitados familiares estrechos y buenos amigos. Hoy en día cualquiera puede sumarse a la fiesta en connivencia de la salud mental y los ODS de la agenda 20-30. Porque sí, porque soy humano y me merezco exhibir todo lo que me salga del higo.
Por la guerra entre Palestina e Israel, por el hijo de Ana Obregón, por el final de The Big Bang Theory, por la boda de mi mejor amigo (aunque su novia se acostara conmigo hace dos semanas), porque han dejado de fabricar los Risketos o por esa amiga a la que se le ha roto una uña. Lloramos por todo, incluso por lo más insignificante o lo más lejano, y sin embargo, le restamos importancia a lo que sí la tiene o deseamos la muerte de los hinchas del equipo contrario. No hay término medio.
Por todas estas razones y muchas más, me ha encantado el último libro de Noemi Vola publicado en nuestro país. Y es que Si lloras como una fuente intenta darle una vuelta a esa tendencia social con un toque de humor. Todo empieza cuando la lombriz protagonista del libro (el animal fetiche de esta autora) comienza a llorar y el narrador le invita a buscar motivos por los que llorar nos hace bien. Llenar una cacerola para cocer espaguetis, fregar el suelo añadiendo un poco de detergente, apagar las velas de una tarta de cumpleaños o bañar a tu perro son algunas de sus alocadas ideas.
Con este libro, además de intentar quitarle hierro al llanto, Noemi Vola nos invita a un ejercicio reflexivo y muy imaginativo sobre como transformar lo negativo en positivo, y de paso aporta datos no tan descorazonadores sobre las lágrimas. Personajes de cuento y película, animales y, por supuesto, su lombriz fetiche nos descubren el lado bueno de la tristeza.
No lo duden, si conocen algún que otro llorón, este es un regalo infalible para que se ponga manos a la obra y deje de darle la murga con sus sollozos.
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