viernes, 18 de diciembre de 2020

Una nube que era libro


Unas veces veo libros y otras, monstruos. Veo tantas cosas que ya no soy capaz de distinguir entre realidad y ficción. Unas veces porque quiero y otras porque no puedo. La imaginación es así de complicada, o quizá muy fácil. Más todavía cuando te dejas llevar. Necesaria más que inútil, inspiradora más que baldía. Fantasía, esa turbina que gira y gira a modo de bálsamo para nuestras heridas, un cáncamo para soportar la vida, encaramarse a ella como torpes jinetes o elegantes caballeros, ¡qué más da! La cuestión es aventurarse, dejarse llevar, sentir, galopar. 
Unas veces leo libros y otras, nubes. Leo tantas que me transformo en ellas. Río, callo, subo y bajo. Cual nube de la mañana o como las del ocaso. Cubro el cielo, lo surco, lo empaño. Ayer leí una nube que era libro. Y floté.

Siéntate a la mesa 
y observa 
al pequeño caballo 

que galopa 

entre el pan 
la miel 
la cafetera. 

Inventa un idioma para él 
(palabras como zanahoria 
azúcar 
trébol) 

y dile que se acerque. 

Sucede siempre o casi 
el caballo subirá a una de tus manos

y se quedará ahí, acurrucado 
por un par segundos. 

Porque esa es la costumbre que tienen los de su raza 
cuando se encuentran a un niño –como tú- sentado a la mesa 

que inventa un idioma 
(palabras como trébol 
azúcar 
zanahoria) 

y le ofrece una de sus manos 
en señal de amistad. 

***

Lo vi desde la ventana

(luz de febrero
o marzo)

un banco de peces atravesó el cielo
volando.

El espacio que une el cielo y el mar

hicieron un agujero 
y lo cruzaron.

No eran pájaros de plata
no eran trozos de la luna.

Te lo prometo, eran peces.

María José Ferrada.
I y VII
En: Cuando fuiste nube.
Ilustraciones de Andrés López.
Premio hispanoamericano de poesía para niños 2018.
2019. Fondo de Cultura Económica: México.



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