Además del día más corto del año y una conjunción astral bastante especial (ya saben que esta noche Júpiter y Saturno se darán la mano en el firmamento), este 21 de diciembre nos trae el invierno, una estación que ha irrumpido en nuestra latitud a eso de las 11:02 horas con un ligero viento fresco.
Me da a mí que, este año, a pesar de gorros, bufandas y abrigos, muchos van a sentirse como témpanos, y no precisamente porque vayan a caer unos nevazos del copón bendito, sino porque “la ley del hielo” provocada por el coronavirus acusará su momento más álgido.
Ahora viene cuando les explico que de mera metáfora, nada, pues con tanto confinamiento, tanta prudencia, tanto bozal y tantas ganas contenidas de vivir, más de uno está congelando sus emociones hasta el cero absoluto (para los que no se aclaren con la física equivale a -273,15 ºC), una temperatura que probablemente también paralizará su corazón hasta que no quede ni una pizca de sangre que transmita calor.
Y es que ya lo dijo la Irene el otro día: el que no se muera de COVID, se morirá de pena. Una afirmación que empiezo a tomar como gran verdad, más todavía cuando constato de primera mano que la tristeza, el dolor y la desidia son las invitadas a muchas cenas de navidad durante estos días.
Probablemente muchos digan que las prefieran antes que atiborrar a la culpa (siempre hay cobardes que juegan al despiste, a la indecisión y sobre todo a las excusas), pero un servidor lo tiene muy claro: el hielo se funde antes si lo hacemos en compañía.
Sin más dilación, me interno en el libro de hoy, uno muy galardonado allá donde ha ido. Y no es para menos, pues Perdido en la ciudad de Sydney Smith (Libros del Zorro Rojo) es otra de esas historias mínimas que el autor canadiense que ya nos enamoró con Pueblo frente al mar y Un camino de flores, engrandece en cada viñeta, una unidad espacio-temporal que maneja a la perfección.
Perdido en la ciudad se ubica en Toronto, ciudad natal de Smith y en la que empiezan a caer los primeros copos de nieve, mientras el protagonista regresa a casa. La acción se desarrolla en el tranvía, entre la multitud, sobre los árboles o frente a los comercios del barrio. Diferentes tipos de planos y perspectivas cinematográficas se suceden a través de las páginas de un álbum que nos trae una voz que se desdobla en el narrador-protagonista y el narrador-lector. Ambos pronuncian lo mismo, pero nos cuentan cosas diferentes; un curioso recurso que ahonda en lo introspectivo.
Además de magníficas ilustraciones que captan la atmósfera invernal, así como la progresión de la tormenta de nieve que va llenando poco a poco las páginas, hay que destacar el formato vertical del libro, uno que ayuda a sumergirse en la insignificancia de un personaje que se rodea de un paisaje en altura construido a base de edificios acristalados.
Por último llamar la atención sobre el uso de las viñetas para ofrecer diferentes sensaciones al lector que van desde el desconcierto y el barullo que ofrece la gran ciudad, hasta la calma y la emoción contenida. Pequeñas viñetas desordenadas o planos generales muy equilibrados, se articulan para ofrecen un ejercicio poético de gran calidad en el que las pausas narrativas hablan de ese viaje interior-exterior que suponen los deseos y los miedos infantiles.
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