Aunque podría centrar mi prosa en hablar de los resultados, de lo maravillosos que son mis alumnos, de sus calificaciones y de lo estupendo que soy como docente (si no me lo dice nadie, me lo digo yo, ¡hale!), prefiero obviarlo (¿acaso no he tenido bastante empacho?) y dedicarme a pensar en todo lo que podía haber hecho durante estos meses de fervor coronavírico.
Me perdí un cincuenta cumpleaños sobre el Támesis, el periplo iniciático que traza el camino desde Roncesvalles hasta Santiago, el correspondiente fin de semana en Brighton (si no hay fuegos artificiales, no es verano), un par de visitas a Málaga y otras tantas a Madrid (que nunca falla). Unas cuantas salidas con mis alumnos (que si los pueblos abandonados, que si las aulas de educación ambiental o las rutas científicas).
No todo hubiera consistido en viajar, que también hay cosas por hacer en el hogar, como cambiar las ventanas (mi salón en invierno es pura ventisca) o darle otro aire a la cocina (no se crean que tengo una de esas italianas). Me hubiera gustado pintar un mural en el salón (si no lo hice en el confinamiento, creo que “nunca mais”) o empezar a experimentar con el barro sobre el torno (siempre he tenido esa curiosidad).
“¡Basta ya de lamentarse!” me digo a mí mismo. “Estamos de acuerdo en que el tiempo perdido no se puede recuperar (sobre todo cuando hablamos de casi un año), pero sí es cierto que, como bien se dice en Un tiempo para todo, el álbum de los siempre precisos y evocadores Christian Demilly y Laurent Moreau y recién editado por Fulgencio Pimentel en su colección infantil, debemos tratar con esmero al futuro, pues el pasado ya es historia.
¿Para qué calentarnos la cabeza con lo que no pudo ser? Es mucho mejor tener proyectos, obviar lo que no fue y comenzar a ordenar la vida y los tiempos, pues quizá los días que vengan nos traerán lo diferente como si de una cura vital se tratase, que para eso llevamos mucho tiempo esperando.
Desde la cautela y una paleta de color brillante, los autores nos lanzan una mirada optimista donde la naturaleza y lo humano fertilizan el ahora familiar, dejando que las metáforas vegetales siembren de vida los momentos idóneos aun cuando todavía no han sucedido.
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