Héroes los llamaban. Héroes los siguen llamando. Incluso el rey fue a inaugurar una estatua en su honor. Salían a aplaudirles en mitad de la hecatombe. Palmas y más palmas sin ser Domingo de Ramos. Unos convenían que no las querían, pues sólo realizaban su trabajo. Otros se henchían de orgullo, pues era para lo que habían sido educados en sus respectivas facultades. Ídolos de masas, sanadores mesiánicos.
Al otro lado quedamos los que cardamos la lana, los invisibles, los antihéroes. Profesionales que sin tanta medalla ni palmadita en la espalda, hemos cumplido con nuestros deberes. Trabajadores del comercio y supermercados, transportistas, repartidores, limpiadores y empleadas del hogar, fontaneros, carpinteros, albañiles y todo tipo de operarios, personal de cines y teatros, peluqueros, hosteleros, camareros y docentes también hemos dado el callo.
Como yo sólo hablo de lo que conozco, les diré que, tras varios lustros trabajando en la docencia, ha sido la primera vez que he pedido a gritos el merecido descanso, ese por el que frecuentemente se nos dilapida (como si las vacaciones lo fueran todo…). Y no, no ha sido por el elevado riesgo de contagio o por pasarme la mañana con montones de críos (que tienen más cabeza que muchos adultos). Ha sido por la carga desmesurada de burocracia que nos han propinado y la falta de respeto con la que nuestros superiores y la administración competente nos han tratado. Les ejemplifico…
Empiezo con la ventolera (que no ventilación). Un frío negro. Y cuando digo frío, es frío. Que los de Albacete y el termómetro sabemos lo que es. Les invito a pasarse por mi centro y ver como el mercurio baja hasta los 9ºC en el interior del edificio.
Además de nuestras clases, nos hemos pasado la semana haciendo guardias (porque no han sustituido al personal de baja o confinado), contestando correos electrónicos y llamadas telefónicas de familias, hablando telemáticamente con compañeros que nos cruzamos por los pasillos cada hora (inaudito), resolviendo dudas on-line de alumnos que se creen que trabajo las 24 horas del día, adaptando materiales para las plataformas de educación a distancia (ordenador y conexión a internet pagada de mí bolsillo), o realizando dos y hasta tres exámenes por grupo (¡Welcome to the semipresencialidad!).
El colmo llega con las normas de (in)seguridad en el trabajo, pues en mi centro no nos proporcionaron mascarillas hasta bien entrado octubre -un mes después del comienzo de curso-. El kit está compuesto de barbijos higiénicos, uno para hipoacusia y uno “FFP2” por persona (¿Mandeeee?) que si se te rompen o extravían, y pides más, te tienes que costear tú ingresando en la cuenta del centro el importe de los mismos (¡Ojo al panojo, señores!).
Eso sí, ayer nos hicieron entrega de un pino minúsculo cubierto de nieve sintética que, además de ponerme el coche perdido de mierda blanca, me adornará el despropósito navideño que me espera amén del endurecimiento de las medidas preventivas.
Como yo sí soy agradecido, en este fin de año, les regalo a mis congéneres docentes Como funciona una maestra, un libro de Susana Mattiangeli y Chiara Carrer que conocí hace años en la feria de Bolonia. Editado en castellano por la editorial argentina Calibroscopio, es un libro exquisito del que quiero extraer un fragmento e insuflarles un poco de aire para que no desfallezcan y sigan dando lo mejor de ustedes mismos en las aulas durante 2021.
Dentro de la maestra están los números, las tablas, los ríos, los montes, el reloj, los cinco sentidos, el hombre primitivo y muchas otras cosas que, de a poco, también van a parar adentro de los niños. En los días buenos, la maestra hace entrar en los niños todo lo que sirve, sin que se le pierda nada por el camino, ni una gota del más pequeño adjetivo. Si una maestra falta, se hace una resta. Si una maestra nueva llega, se hace una suma.
¡Felices vacaciones!
1 comentario:
Mecachis que con los libros para regalar ya comprados, tengo que añadir este sí o sí para una futura maestra...
Que descanses mucho estas vacaciones y reponga fuerzas para seguir mostrándonos libros siempre tan bonitos.
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