No sé qué coño le pasa al personal. Tienen tan mala cara que desaniman a cualquiera. Unos sufren de gripe (¡Como si yo tuviera la
culpa! ¡Bastante tengo con intentar no pillarla!), otros con mucho trabajo (Yo
vivo soterrado por pilas de exámenes que preparar y corregir, y
no me dedico a joder al personal), y los menos aducen problemas familiares
(mientras no sea un problema grave, hay que huir de los que se quejan de los
hijos malcriados). El caso es que la cuesta de enero (más la emocional que la
monetaria) está resultando muy acusada con una atmósfera tan grisácea.
Señores, yo también podría contarles mis penas
(autocompasión… ¡vaya asco!), pero prefiero dejar de cavilar y lamentarme (sobre
chorradas, la mayor parte de los casos) para ponerme con otros menesteres, léase quitar
el polvo, preparar un bizcocho o planchar toda esa ropa que debería estar
ocupando el armario.
Si no les apetece en absoluto dedicar su tiempo a las tareas domésticas,
hoy les propongo una aventura (baratica, que ya sé que el dinero sigue mermando en sus bolsillos). Pónganse guapos (es un buen comienzo ese del quererse
y cuidarse), echen mano del abrigo (que con está ciclogénesis pueden salir volando) y dirijan sus pasos a la biblioteca más
cercana. Busquen la sección de narrativa, pues la propuesta de hoy tiene
que ver con los clásicos, y, sobre las baldas, den con Peter Pan y Wendy, Robin Hood
(en la edición de Howard Pyle), El mago
de Oz, El viento en los sauces, Alicia
en el país de las maravillas, La isla
del tesoro y una colección de cuentos de
los hermanos Grimm. Con eso, bastará.
Si no me equivoco podrán pedir prestados estos siete libros
(N.B.: No hagan como un servidor y devuélvanlos cuando sea menester… Les
confieso que me he demorado un poco con el último préstamo… Soy un mal ejemplo
y tendré que sufrir las iras de mi bibliotecaria. Lo reconozco). Váyanse con
ellos a casa, de la mano o bajo el brazo (de ustedes depende el gesto cariñoso), elijan un sillón cómodo ¡y a leer!
Al principio, muy al principio, se sentirán algo estúpidos
(¿Leer? ¿En vez de ver la serie de moda? No sé lo que aguantaré…), tras unos
minutos esbozarán una sonrisa (Y aquí estoy… ¡con estos libros para niños!),
seguidamente se olvidarán de sus prejuicios, y por último se sumergirán en las
escenas imaginadas, en el mundo de la fantasía.
No piensen que son los únicos, pues uno de los personajes icónicos de la LIJ actual, el Willy de Anthony Browne, también hace lo propio en Los cuentos de Willy, un título recién reeditado por Fondo de Cultura Económica.
No piensen que son los únicos, pues uno de los personajes icónicos de la LIJ actual, el Willy de Anthony Browne, también hace lo propio en Los cuentos de Willy, un título recién reeditado por Fondo de Cultura Económica.
Con este libro, el autor inglés pretende rendir un homenaje
a unas cuantas obras fetiche de la literatura infantil a través de su (creo) alter ego, Willy,
el mono que protagoniza sus libros-serie más conocidos, y de paso hacer un
reconocimiento público (y necesario, tal vez) al universo bibliotecario (cruzar esa puerta…
una bonita metáfora). También propone un juego a los pequeños
lectores, pues abre esas historias a nuevas
interpretaciones y finales en cada doble página, un recurso que utilizan muchos autores para
introducir al lector en el país de lo (meta)literario y la creación.
¡Venga! ¡No pongan esa cara de muermos! ¡Atraviesen la puerta y disfruten de los libros!
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