lunes, 21 de enero de 2019

Un Blue Monday sin lágrimas



En este Blue Monday (se supone que el día más triste del año) me he percatado de que llevo mucho tiempo sin llorar. No sé si eso es bueno o malo. Por un lado creo que está bien vivir en un estado de felicidad, no creo que absoluta, pero sí con viento favorable. Por otro lado también pienso que echar una lágrima de vez en cuando viene bien, más que nada porque dejas aflorar tus emociones y la cosa funciona a modo de catarsis.


Hay gente que es muy llorona y a la mínima se deshacen en un mar de lágrimas, mientras que a otras les cuesta horrores humedecer las mejillas. Yo creo que lo mejor es quedarse en un punto medio y visitar ese estado de vez en cuando, cuando surja. He de reconocer que los ojos se me aguan con facilidad (es ver gente unida por una causa y me entra un no-sé-qué…), pero nunca de la forma que lo hacen las grandes plañideras.


Se puede llorar por múltiples causas. Hay personas que lloran de alegría (muy bonito de ver), hay otras que se ponen a llorar de la risa (también los hay que se mean), mucha gente llora de rabia (creo que es un buen ejercicio, sobre todo para no contenerla y que la cosa vaya a más), también tenemos a los que lloran de dolor (sobre todo las criaturas…, por algún sitio tiene que salir el chichón y liberarles de la mala sensación) y por último los que lloran de pena (No me gusta nada esta última. La tristeza, la congoja, minan a cualquiera).


Dicen que los hombres no lloran, pero yo sé que es una mentira de las grandes. Lloramos bastante aunque no lo digamos. Todos lloramos, mujeres y hombres, no sólo porque hay que mantener la córnea húmeda (ya saben que si no, habrá que echar mano de la lágrima artificial), sino porque es una capacidad del ser racional que es el humano. Así que déjense de rollos y lloren si les place. Y si no encuentran razones aquí les traigo el ¿Por qué lloramos? de Fran Pintadera y Ana Sender (Akiara Books), un libro con una gran carga de sensibilidad (era lo que cabría esperarse de un título que habla de algo tan íntimo) que puede ser un buen comienzo para ir entrenando el lacrimal.


Creo llega al fondo de la cuestión de una manera bastante elegante (es lo que tiene el lado poético de las cosas) y que conjuga bastante bien la carga verbal con lo simbólico de las ilustraciones. Una bella historia que al final tiene que ver con muchas cosas, no sólo con las cosas del llorar, sino también con las del amar…


Las imágenes de esta entrada son propiedad del blog Pájaros en la cabeza.

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