Esto de la docencia, como
cualquier otra profesión en la que tratas con mucha gente al cabo
del día, véanse camareros, médicos, recepcionistas o peluqueros,
capacita a uno para dar un perfil sociológico y psicológico del
pueblo llano. En el caso de los maestros, al ser expertos en
chiquillos, desarrollamos la virtud (o el vicio) de saber como son
los padres a tenor de sus hijos. Ríanse pero yo a veces tiemblo
cuando los alumnos me hacen saber que sus padres me van a visitar,
sobre todo si el adolescente en cuestión tiene algún problemilla de
salud y me toca hacerles una cura de tremendismo. Al día siguiente
llegan los progenitores, los saludo cortésmente, y me explican su
problema ente una mezcla de conmiseración, una pizca de pena,
dramatismo y lógica preocupación (los menos acuden a la falsa
tranquilidad; incomprensible sujetar tanto las emociones...). Después
del desahogo me toca a mí. Les digo que lo comprendo todo, que
acudan a la calma y que tengo en cuenta el problema de su vástago,
no obstante les animo a que abran el puño y dejen que su hijo/a
aprenda a convivir con sus problemas, que coja la ayuda prestada pero
que no abuse de ella, que tropiece, que se levante y que se esfuerce,
en dos palabras, que viva. Pese a la cara de satisfacción, nos
despedimos cordial y amistosamente, y se van con su desazón a casa
porque, claro está, un hijo es un hijo.
Lo mejor de todo viene
cuando el alumno en cuestión se deja sus prejuicios a un lado, saca
el guerrero que todos llevamos dentro, se pone al quite y aprueba
todo con unas notas más que aceptables dándonos una lección de
superación personal a todos los que formamos parte del día a día y
todo queda en agua de borrajas.
Esa es la historia que
Nono Granero (me encanta la simbiosis entre humor y realismo que
alcanza este hombre) y la editorial Milrazones en su sello infantil,
Milratones, nos traen este otoño (¡por fin han llegado las
castañas!) con Bolobo.
Bolobo es un primate
sin brazos con unos padres histéricos, temerosos, superprotectores,
resignados y plastas (¡Esos padres también me chiflan! ¿Es que has
trabajado conmigo, Nono?), que se dedican a contar lo “dura” y
“difícil” que es la vida de su hijo hasta que Bolobo y el
tiempo, traen otra perspectiva a sus cabezas... Resumiendo, que
cuando alguno de estos familiares acuda a verme, voy a hacer hueco
entre la montonera de libros y papeles de mi mesa, acercaré una
silla mullida, le pondré este libro ante sus ojos y le diré: lea.
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