Cada día que pasa,
nuestros corazones están más y más congelados. Seguramente no
tenga mucho que ver con la temperatura ambiental, sino con otros
factores más etéreos y trascendentales... Veo poco calor en las
miradas de los que me rodean, como si una bruma gris apagara el
brillo de sus ojos, como si un viento helado ralentizara el latido de
nuestros corazones. El amor ya no es puro amor, queda poca amistad
sincera, en los centros de trabajo abunda la falsedad y las miradas
de soslayo, y sólo hace falta girarse, para constatar que muchos te
eliminarían del mapa con un solo garbilote. El desencanto y la apatía lo
tiñen todo y, cada mañana, nos levantamos con los ojos más sucios
y el latido más desconfiado.
Si antes vivíamos
temerosos de Dios, a expensas de los señores feudales y los monarcas
absolutos, ahora andamos sujetos a los caprichos de los políticos,
las multinacionales, de la moda, de las farmacéuticas, los avances
tecnológicos y de los psiquiatras. Algo que se traduce en
estereotipos donde la codicia, la envidia y la vida eterna nos juegan
un flaco favor, dejando a un lado nuestro mismo devenir, y, lo que es
más importante, nuestra propia felicidad.
Seguramente todo tiene mucho que ver con el estilo de vida occidental
y el desmembramiento de una sociedad cada vez más individual, pero
deberíamos poner freno a esta contaminación emocional que tanto nos
aísla de los que nos rodean (y no me refiero a los hambrientos del
tercer mundo o las casas de misericordia, sino a sus hermanos, sus
propios vecinos, los alumnos de turno o ese chico tan majo que le
sirve el café de buena mañana).
Si quieren intentarlo,
aquí va una de mis recetas... Apaguen sus teléfonos móviles y
mírense a los ojos, sean corteses y educados, regalen cariño y
sepan recibirlo, preocúpense por sí mismos, no deseen el mal ajeno,
eviten que lo cotidiano les haga un nudo en la tripa, acostúmbrense
a dar las gracias y pidan las cosas por favor, sonrían, disfruten
del día tan hermoso que ha salido, lentamente, sin prisa..., para
que el poder no siga creciendo a sus anchas y los poderosos sean cada
vez menos poderosos.
Y si todavía no andan
convencidos, les recomiendo El deshielo, un maravilloso libro
ilustrado de Riki Blanco y editado por A buen paso (N.B.: No sé por
qué ha pasado tan desapercibido en el mercado de novedades de este
otoño, cuando pienso incluirlo entre los mejores títulos del
presente año sin un atisbo de duda), y que, a mi juicio, recoge todas
estas ideas (y muchas más), del que no he podido encontrar más
ilustraciones para acompañar esta entrada (¡ayuda, "plis"!) y al que sólo le pongo una
mínima pega (Interesados: escriban al maestro armero de este lugar).
Léanlo y esperemos que poco a
poco, ese hielo, como la nieve glaciar que cubre los picos
inmaculados, se vaya fundiendo en el ligero correr que es la vida,
para que, a modo de agua cristalina, sobrepase los muros que no nos
dejan ver a los demás, para que rebose adentro de las personas.
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