Aprovechando
este lunes de pascua (nos europeizamos cada vez más…) y habiendo echado un ojo
a las tendencias musicales del momento durante los días de asueto pasados con
la intención de renovar la banda sonora del automóvil, les confieso que si
tuviera que elegir entre Lady Gaga, Katie Perry, Kesha, Rihanna o Miley Cyrus,
sin lugar a dudas me quedo con la que otrora se hacía llamar Hannah Montana.
Lo
de esta chica no tiene nombre (y no precisamente porque se haya montado sobre
una bola de demolición como vino al mundo)… Por mucho que le pese a la
cincuentona de Madonna (la que también merece reconocimiento como madre de
todas estas “material girls”), hay que reconocer que es el mejor producto que,
hoy por hoy, ha parido la industria discográfica, más todavía si tenemos en
cuenta que, de sus veintiún años, lleva doce en la cresta de la ola.
Dejando
a un lado las provocaciones y desventuras de esta chica, debemos considerar en
el día de hoy quiénes son los que realmente tienen el mérito del éxito de estos
artistas. Probablemente todo un equipo de especialistas, gente con currículum
envidiable, genios del marketing y mentes pensantes, financieros, productores y
representantes, son quienes urden en la sombra el milimetrado recorrido de unos
productos de consumo que se erigen como los iconos del siglo XXI a golpe de
redes sociales, entrevistas transgresoras y un estilismo entre violento y provocativo.
No
se equivoquen, el negocio musical, como cualquier otra parcela empresarial (léanse
el mundo del cine, el de la gastronomía, el televisivo o el mundo editorial,
ese que tantas líneas ocupa en este lugar), está en manos de personas muy
competentes bien instruidos y con un gran bagaje en sus respectivos ámbitos
que, tomando decisiones arriesgadas y bien fundamentadas, manejan los hilos de
sus creaciones como si de rentables polichinelas se tratasen, algo que no
depende de la calidad de sus manufacturas, sino de una serie de factores
causales que, modelados por el azar y la objetividad, tienen como fin el éxito
y el consiguiente enriquecimiento.
Esperemos
que sobre el protagonista de La canción
del oso, una obra maestra de Benjamín Chaud (editorial Edelvives), recaiga
la vista de algún cazatalentos que, aunque no haga de él la nueva estrella de la
música pop, sepa hacer de este libro un imprescindible en cualquier biblioteca
infantil.
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