Se acerca el final de curso y no hay nada mejor que los
trabajos en grupo para terminar de salir loco. Con tanto ruido (¡Nenes! ¡He
dicho “colocad las mesas por grupos”, no que provoquéis un terremoto!), tanta cartulina
y lápices de colores (la cuestión es usarlos todos sin excepción), tanto
ordenador portátil (¿Me habéis visto cara de informático?), tanto “lettering”
(estas chicos de hoy día siguen tan puestos en caligrafía y rotulación como los
de antaño), tanta cartulina y tanta enciclopedia, uno pierde la conciencia.
Si a ello unimos los efluvios corporales que van llenando
las aulas, la cosa es para caerse en redondo y despertar amnésico… ¿Quién soy?
¿Qué ha pasado? ¿Y ese tufillo tan extraño? ¿Dónde decís que estoy?
¿Extraterrestres o caminantes blancos? ¿Vais a fagocitarme?... Sacudo la cabeza
como los canes y me despejo de tan peliagudo asunto mientras mis alumnos siguen
a lo suyo (por ellos, como si aparece por la puerta el mismísimo ejército de
Anibal…).
A veces tampoco hace falta mucha mandanga para perderse,
pues es un ejercicio la mar de saludable pensar (de vez en cuando, claro está,
que tomar las cosas con vicio puede tener un efecto muy nocivo) en nosotros, dejarnos
llevar por cuestiones profundas, tenernos en cuenta. Unos lo llaman meditación y
otros calentarse la cabeza, pero los resultados son similares. Y si además nos
ayudamos de un libro como el de hoy, el producto seguro que incluirá más de una
sonrisa.
¿Quién soy yo? de
Paula Vásquez y editado recientemente por Loqueleo Santillana, se interna en ese
juego del existencialismo. Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, el tema
de tomar consciencia de quien es uno mismo a través de los juegos de páginas es
una constante en la literatura infantil de prelectores y primeros lectores.
Bien intercambiando solapas, bien añadiendo características
de diferentes personajes, bien mutando la fisionomía de un personaje –recurso
en el que se basa este libro-juego-, el lector no sólo identifica lo que estaba
buscando (recordemos que nos lo pasamos como enanos con los equívocos), sino
que ve su propio reflejo en ese proceso de cambio.
Es así como el animal fantástico que protagoniza esta
aventura sobre el papel, nos invita a adentrarnos en nuestro subconsciente de
una forma fantástica, imaginativa e incluso paródica, tanto es así que algunos
lectores claman en voz alta, dialogan con él, como el niño que clama entre la
muchedumbre que el emperador va desnudo. Nos reímos con él, de él, de nosotros
mismos, y eso, oíganme, es un regalo.
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