Si les digo que los niños de los ochenta hemos mamado mucho
western no les miento. Si nuestros padres acudían a las sesiones matinales de
los cines para disfrutar con las de indios y vaqueros, nosotros nos zampábamos
con patatas esas mismas películas unos cuantos años después, pues eran las
cadenas televisivas las que nos regalaban sobremesas de tiros y flechas.
John Wayne, Tom Ford, Henry Fonda, Robert Mitchum, James
Stewart o Clint Eastwood nos amenizaban la tarde después de las consabidas
series animadas (¿Y esta cosa tan sana por qué se habrá perdido?). Yo pensaba
que mi padre era un pesado de tomo y lomo, pues algunas las habíamos visto
cinco o seis veces (¡Y las que nos quedaban…!), pero el caso es que algunas
tenían su aquel como La diligencia, Centauros del desierto, El bueno, el feo y el malo, Raíces profundas, Río rojo, o Dos hombres y un
destino.
Aunque yo puse un punto y aparte al cine del oeste tras El jinete pálido, pues esa escena en la
que la niña lee el Apocalipsis me pareció sublime (les transcribo el texto al final), en los noventa y primeros
dos mil pudimos ver algunas buenos largometrajes de este género (¿Han visto o Deuda de honor o Valor de ley?), que se quedó un tanto obsoleto, bien porque se
había asociado erróneamente al machismo, bien porque abogaba por la defensa del
imperialismo estadounidense, cuestiones estas que han obligado a dar un giro al
cine social con ejemplos como Bailando
con lobos, Sin perdón, o Desapariciones.
Así llego hasta el libro de hoy, uno que se convierte en un
claro homenaje al cine del lejano oeste de la mano del siempre genial Manuel
Marsol, un autor que en muchas ocasiones se deja llevar por sus recuerdos de
infancia, algo en lo que coincidimos plenamente. Duelo al sol (editorial Fulgencio Pimentel), un álbum ilustrado
sobre el que ya llamé la atención en esta selección de libros y que toma por
nombre el del western clásico protagonizado por Gregory Peck que se basa en el
clásico relato bíblico de Caín y Abel (me encanta este guiño… sigan leyendo),
nos cuenta el clásico enfrentamiento entre las diferentes facciones humanas.
Un riachuelo. A un lado un indio, supongo que sioux (ya
saben que Hollywood ha reducido a un puñado las tropecientas tribus de
americanos nativos). Al otro un vaquero. Se baten en duelo. Uno tensa el arco,
el otro prepara el revólver. Pero, ¡vaya! Siempre pasa algo que rompe la magia
del momento. Una serpiente, el tren, el amor equino o un bisonte, siempre hay una excusa para
encontrarse al día siguiente.
Es así, como en este juego de primerísimos planos y planos generales (los más utilizados en estas
cintas), Marsol nos presenta con mucho humor y cierta parodia, los
comportamientos del ser humano. Establece con nosotros un diálogo absurdo que
nos hace pensar sobre las diferencias entre los individuos dejando al lado el
belicismo que cabría esperar en un territorio nuca explorado hasta ahora en el
género del álbum.
Se lo recomiendo a manos llenas, no sólo para niños, esos que
verán en él un mundo un tanto vintage pues el western ya está cayendo en los
trasteros de la cultura popular, sino a todos aquellos adultos que se atrevan a
buscar sentimientos que conecten su pasado y presente.
Por cierto, lleguen hasta más allá de los créditos de este
libro con mucho sketch, pues los “bonus track” les aguardan con una muy humana
risotada final. Léanlo, regálenlo.
"Y contemplé un caballo negro. El que lo montaba
llevaba en las manos un par de balanzas. Y escuché una voz que decía: “Una
medida de trigo por un centavo y tres medidas de cebada por un centavo. De este
modo no estropearás ni el aceite ni el vino”. Y cuando él hubo abierto el
cuarto sello oí la voz de la cuarta bestia decir: “Ven a ver”. Y yo miré. Y
contemplé un caballo pálido y el nombre de su jinete era la muerte. Y el
infierno le seguía.”
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