Yo y las matemáticas nunca nos hemos llevado bien. Lo peor
de todo es que nunca me he podido deshacer de ellas. Ni durante el instituto
(lo que pasé con las integrales no se lo deseo a nadie) ni durante la carrera
(¡Dichosa estadística! Con sus Chi cuadrado y sus test ANOVA…). Siempre vuelven
a mí en forma de razones trigonométricas, de escalas, de leyes gravitacionales,
o de cualquier otra cosa que me produzca un colapso nervioso momentáneo
(dándole que te pego siempre puedes hallar la solución).
Por lo que oigo, creo que no es una tara exclusivamente mía,
sino que se trata de un problema endémico de la escuela española, pues junto
con el inglés y la lengua llevan de cabeza a muchos de mis alumnos. Tanto es
así que las leyes educativas de este país viven empeñadas en aupar esas tres
disciplinas (a los demás, que nos den).
Toda una incógnita, quizá esta impopularidad matemática se
deba a la orientación que han tenido siempre: una cosa abstracta que nadie
entiende y que sólo sirve para engordar nuestros quebraderos de cabeza. Sobran
ejercicios (¿Ustedes saben la de cantidad de cuadernos que he llenado con
funciones, límites y asíntotas?) y falta una mayor visibilidad e
interiorización de su faceta más humana.
Las matemáticas, además de ser una herramienta que nos permite
saber a cuánto ascenderá la mensualidad de la hipoteca, también nos explican de
dónde vienen las formas de los objetos, cómo dibujar los patrones de un traje, cuál
es la mejor posición para propinar un derechazo, cómo se ordena el tiempo, para
calcular el cambio de moneda mientras viajamos o para entender cómo funciona el
dichoso algoritmo de feisbuq (un despropósito últimamente).
Probablemente unas mentes estén más preparadas que otras para
comprender tanta raíz cuadrada y tanto logaritmo, y también es cierto que quien
la tenga necesita ánimos para desarrollarla. Eso es de lo que nos habla el Cuenta conmigo de Miguel Tanco
(editorial Libre Albedrío), un álbum muy simpático (como casi todos los de este
artista) que nos habla de una niña con una desmedida pasión por el universo
matemático.
En un principio ella se considera rara (que te gusten las
mates no es nada común, nada que ver con la pintura o el tenis), pero conforme
vamos pasando las páginas, empieza a desarrollar sus capacidades, nos empieza a
enseñar la relación de que el álgebra, el cálculo o la geometría están en
nuestras vidas.
Un librito muy simpático que ya pueden regalar a los futuros
matemáticos.
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