Comienza la cuenta atrás para las vacaciones de Navidad. Menos
mal porque cada día me veo más decrépito y desbaratado. Esto de tanto trajín va
a terminar conmigo. Y eso no puede ser, oigan. Hay que cuidarse lo que no está
escrito, porque lo más importante es uno mismo. ¡Qué pijo los hijos, los
abuelos, los nietos o los alumnos! ¡Yo, yo y yo!
No quiero decir con esto que haya que cultivar el egoísmo o
ser el centro del universo, sino más bien el amor propio, uno basado en la
autoestima y no en la autodestrucción. Porque les diré que hay gente que se
quiere muy poco, y eso no puede ser. Hay que empezar desde bien temprano con
los cuidados…
Un buen descanso (de unas 7-8 horitas es más que suficiente),
desayunos nutritivos (cuando cuento lo que trago muchos no me creen), algo de
ejercicio matutino (unas flexiones, unas abdominales), agua y jabón, cepillo de
dientes y ungüentos faciales de calidad (para eso les puedo derivar con ciertas
maricremas), ropa elegante (incluido su mejor chándal, que es la última moda),
perfume (esto siempre se me olvida aunque siempre piense “Yo sin mi Chanel® no
salgo a la calle”) y ¡para adelante!
Dirán que soy esto o lo otro, pero me da igual, creo que no
hacen falta ingentes capas de chapa y pintura, tampoco echarse encima montones
de billetes, ni siquiera horas y horas de gimnasio, tan sólo preocuparse un
poco de lo que se meten en el cuerpo (sólidos, líquidos y gaseosos), de
mantener una temperatura corporal constante y un adecuado tono muscular.
Es por ello que hoy quiero detenerme en uno de esos álbumes
que da gusto regalarse de buena mañana, pues Profesión: Cocodrilo, un álbum de Giovanna Zoboli y Mariachiara Di
Giorgio publicado durante este año por Adriana Hidalgo en su colección Pípala
nos habla de eso y mucho más.
En este álbum sin palabras con una estructura narrativa que
utiliza elementos del comic, se nos cuenta el día a día de un cocodrilo. Este
personaje tiene un modus vivendi envidiable. Su ducha, lo primero. Desayuna
bien trajeado con tostada de tomate incluida y periódico en mano. Pasea por la
ciudad, observa a un lado, a otro, compra un ramo de flores… Sencillamente,
disfruta de la mañana.
En un entorno muy mediterráneo (la luz, las calles, la
arquitectura, la gente, me recuerda a Roma o a Sevilla… Es algo que no me
extraña teniendo en cuenta la procedencia de las autoras), este cocodrilo da
buena cuenta de que la vida es bella. Pero ojo, no es el único, pues
sorprendentemente, podemos encontrar a otros animales que se camuflan
perfectamente entre la muchedumbre ataviados como personas sin llamar la
atención lo más mínimo. ¿Qué juego será este en el que nos internan las
autoras?
Todo esto nos lleva a un final ¿inesperado? y con cierta
sorpresa que se adentra en el subconsciente del lector y le hace dos preguntas.
La primera es si esperaba que el cocodrilo desempeñara otra profesión diferente
¿Quizá detective? ¿Quizá gánster? A veces las apariencias engañan si dejamos
volar la imaginación. La segunda tiene que ver con el yo, con lo distorsionadas
que son las imágenes de nosotros mismos, también con los anhelos de los demás,
cómo nos vemos y cómo nos ven.
Fíjense por ejemplo en mí, muchos dicen que no parezco
docente… Será la ropa, será que tengo un coche cani, será que me alejo de la
típica pose cultureta… Visitadores médicos, comerciales, peluqueras,
dependientes de supermercado, monitores
deportivos, camioneros, cocineros, barrenderos y vendedores ambulantes. Yo sólo
sé que cualquier oficio tiene lo suyo y lo mejor es disfrutarlo.
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