Después de dos meses (incluso más) hinchándonos a turrón,
frutas escarchadas y mantecados, ha llegado la Navidad. A muchos nos gusta pero otros
tantos detestan estas fiestas.
Hay razones de todos los sabores. A unos se les hinchan los
carrillos con discursos sobre el laicismo de estado. Otros esgrimen el
consumismo para justificar un odio acérrimo hacia esta época del año. Están los
del “porque sí”, una razón igual de válida para acostarse temprano y dejarse de
marisco y cordero asado. Hay gente que no soporta el dolor de los recuerdos,
de los que están en otro país o de los que nos dejaron para siempre.
Hay montones de excelentes motivos por los que aborrecer
estas celebraciones, pero el caso es que, aunque la gente lo intente con todas
sus fuerzas, siempre existen rendijas, mínimos resquicios por los que el
llamado “espíritu navideño” consigue colarse (se lo digo yo, que de resistencia
navideña sé un rato). Y cuando esto sucede y actúo como espectador, suelo
preguntarme: ¿Pero es que la Navidad hace algún daño?
Las respuestas son evidentes… Gastroenteritis, resacas
varias, sobrepeso, broncas, divorcios exprés, tratamientos psicológicos y
cuestas de enero son los más habituales. Pero también hemos de considerar los
beneficios colaterales como los reencuentros, la ilusión infantil, cierta
magia, y sobre todo, una pizca de humanidad.
Solidaridad, compasión, fraternidad, unión… Llámenlo como
deseen pero el caso es que en Navidad hay un pico de buenas acciones mayor que
durante el resto del año (que eso de ayudar al prójimo está muy de moda). No
seré yo quien ponga en duda su autenticidad, pues esto de los valores cuenta muchas
veces con dobles y triples intenciones (más todavía viniendo de los políticos y
otras asociaciones parasíticas), pero lo cierto es que durante esta época hay
mucha gente que se apiada de las calamidades ajenas e intentan paliarlas de alguna
forma, cosa que es muy loable.
Es así como llego a un álbum donde las tragedias humanas se hacen
palpables, pues Migrantes, de la
peruana afincada en Palma de Mallorca, Issa Watanabe (editorial Libros del Zorro Rojo), es
uno de esos libros sobre una cruda realidad.
Una vez más con encontramos ante un álbum sin palabras, un
álbum que nos habla sobre el drama de la migración a través de la sola yuxtaposición de imágenes. En él, un grupo de animales antropomorfos caminan errantes sobre
una arboleda yerma con fondo nocturno. Emprenden un largo viaje que se dilata
en el tiempo conforme avanzamos en esta secuencia de escenas a doble página. La
tierra, el mar, la tierra… Un devenir que parece no acabar nunca.
En él hay que destacar varios puntos que me han resultado
interesantes. Primero de todo el fondo negro. La oscuridad se cierne sobre este
libro. Es una atmósfera lúgubre, siniestra, solitaria, inquietante
e incluso macabra. La noche infunde temor ante lo desconocido, ese futuro expectante
del migrante.
En segundo lugar, y en contraposición con el punto anterior,
hay que llamar la atención sobre el colorido que llena las figuras de los
protagonistas. Rojos, verdes y azules en la ropa y los hatillos. Toda una suerte de tonalidades vivas que además de ofrecer
contraste estético y visual, son un canto a la esperanza, algo que también
ocurre con la vegetación de las escenas, que florece y se colorea conforme nos
acercamos a un final que cobra vida.
El tercer punto en el que hay que detenerse es la figura de
la muerte. Como ya dije en el monográfico sobre libros infantiles y muerte,
esta alegoría se mueve a caballo entre las representaciones clásicas y las más
coloristas (véase la imagen donde va ataviada con un manto bordado de motivos
florales y otro amarillo). Al mismo tiempo no es una mera espectadora, sino que
participa de la acción, algo que por un lado la humaniza y por otro denota su importancia en los
éxodos migratorios.
Aunque existen puntos en los que la narración se quiebra, es
uno de los libros más hermosos que he encontrado sobre este tema, no sólo
porque el formato elegido (el libro-álbum sin palabras) dé paso a todo tipo de
interpretaciones y prismas discursivos, sino porque la autora elige una óptica
expositiva de la acción que no intenta adaptarse a los mensajes esperados, sino
que es más libre y menos sesgada.
Es así como nos vamos llenando de belleza y algo de
humanidad.
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