martes, 23 de abril de 2024

El ocaso de los libros y la lectura


En las últimas semanas me he topado con numerosas publicaciones y artículos, casi todos en inglés, sobre el fin de la lectura. Aunque puede resultarles una cuestión un tanto absurda y apocalíptica, para un servidor no lo es tanto, pues tras haber participado en varios foros de lectura durante estos meses, me parece un tema bastante interesante. Como hoy es el Día del Libro, he creído conveniente hacerles llegar algunas cuestiones que no estaría mal sopesar en pro del debate, no solo en torno a la figura del libro, sino también en torno a la lectura como vía de adquisición cultural/intelectual.
Decía mi padre hace unas semanas que si la escritura terminó el siglo pasado, la lectura terminaría en este. Yo me quedé estupefacto, pero me puse a darle a la manivela. Me acordé de Bloom y su canon, de muchos estudios parecidos, y me vinieron a la cabeza los últimos grandes autores del siglo XX y cuyo parangón todavía no han alcanzado los del XXI. ¿Llevaría razón este hombre que tanto piensa y tan poco dice? ¿Y la lectura? ¿Qué pasará con ella? Hagamos una radiografía del contexto español…


Un primer dato. Según apunta el Anuario de estadísticas culturales del 2023, en los hogares españoles el gasto en libros y publicaciones periódicas ha disminuido a la mitad desde el año 2006 (alrededor de 100 euros por persona) al 2022 (47,9 euros por persona). A pesar de iniciativas como el bono cultural juvenil o la bajada del IVA que sufrió el libro a partir del 23 de abril del año 2020 (al 4%), los españoles compramos muy pocos libros.
Aunque son pocos datos y el sesgo es evidente, en un primer análisis podríamos decir que el interés hacia el libro como producto de consumo ha disminuido notablemente en los últimos años, precisamente cuando, y de forma paradojica, ha dejado de considerarse un bien de lujo (les recuerdo que hace unos años tributaban al 21%).


Evidentemente hay un sesgo muy importante en el que entran en juego las adquisiciones institucionales (gran parte del negocio editorial español está subvencionado por el estado de una u otra forma), las consideraciones personales (¿los libros de texto y los temarios de oposiciones entran en la categoría de libros?), las paradojas culturales (otro gallo nos cantaría si alejáramos al libro de las élites intelectuales y las fiestas de guardar) y las necesidades nacionales (¿para qué gastarnos el dinero en libros pudiendo invertir en aceite de oliva, ropa vacilona, cubatas y farlopa).


Y ahora, sobrevolemos el ecosistema lector tomando como punto de partida el conocidísimo Informe PISA en su edición del año 2022... Si bien es cierto que los estudiantes españoles se encuentran en la media de la OCDE en materia de lectura, hay que decir que su rendimiento es menor, lo que se traduce en una práctica menor de la lectura diaria. Es decir, el alumno español lee menos (y eso que las horas de sol y las distracciones mediterráneas siempre han sido las mismas), como le pasa al resto los participantes en el estudio.


También hay que hablar del avance de la cultura digital y las nuevas herramientas de entretenimiento. Tablets, móviles y ordenadores han generado un nuevo ocio que aleja al ser humano de la lectura. Como en el resto de países avanzados, la cultura de la imagen y los medios digitales suponen una afrenta a la lectura, no solo por su carácter lúdico, sino por permitirnos un acceso a la información mucho más sencillo, dirigido y sesgado. Por otro lado, tenemos el libro digital que, al minimizar los gastos de imprenta (más barato), mejorar la interfaz del usuario (por ejemplo, puede adaptar el tamaño de letra) y facilitar el almacenaje, ha provocado que haya crecido cuatro puntos en los últimos años, situando su uso en el 24,4% del total. Algo a lo que no permanece ajena la escuela, un ámbito en el que se está generalizando gracias al empeño de familias, profesores y gobiernos (¡Menos mal que los nórdicos están volviendo al papel…!).


Pues sí, pueden decirlo: ¡Objetivo conseguido! Microsoft, Google y Meta controlan nuestras vidas y, sobre todo, nuestros datos. Unos con los que no solo mercadean con las grandes corporaciones, sino con los que también alimentan a la llamada inteligencia artificial (IA), esa que, no solo supone un riesgo para los creadores, sino también para los lectores.
¿Por qué? Se preguntarán ustedes. ¿Qué tiene que ver la IA con el declive del libro? Si comparamos la vida del libro, una herramienta fundamental para el progreso humano (alrededor de 600 años… ¿Se acuerdan de Gutemberg?), con la de los chips de silicio, las primeras supercomputadoras y la IA (apenas unas décadas), podemos hablar de una aceleración considerable en términos de progreso. Por ello, si mantenemos el libro, ¿acaso no estaríamos involucionando? Es muy posible que el libro, como método dominante de adquisición de conocimientos, acabe prácticamente muerto dentro de 25 o 30 años. ¿Acaso no han visto las bibliotecas escolares de los centros de secundaria de media España?


¿Quiere decir esto que no vayamos a leer nunca más? No. El objeto libro se puede mantener como un objeto cultural residual dedicado, principalmente, a desarrollar las habilidades lectoras en edad escolar, y en círculos académicos y profesionales. De hecho, es lo que estamos viendo en las últimas estadísticas sobre producción y venta de libros infantiles y juveniles (es el único sector que ha crecido dentro de la industria). Algo muy lógico teniendo en cuenta que la lectura instrumental es básica en la educación primeria y secundaria, sobre todo como herramienta para desarrollar otras competencias.


No obstante, y volviendo al panorama tecnológico, hay algo de la IA que juega a favor del libro. ChatGPT, Gemini o Vertex se nutren de los datos existentes para generar nuevos contenidos. Si no los alimentamos, llegará un momento en el que verán decelerada su producción. Entonces, ¿podemos parar de crear y depender exclusivamente de ellas? Según algunos expertos, no. Si estas herramientas se alimentaran de sus propios metadatos, no podríamos confiar en los generados, lo que quiere decir que necesitan de la creatividad humana, se traduzca en forma de libro o no, para contribuir al progreso.
También hay que tener en cuenta que no solo la industria del libro se alimenta de la ficción, sino que en muchos casos, se traduce al lenguaje audiovisual en forma de películas y series. Es decir, el libro sigue siendo necesario en un mercado que interacciona entre sí y que está muy en boga durante los últimos años con las plataformas digitales.


Y después de darle vueltas a un tema del que poco se habla pero que puede modificar todo el ecosistema de la lectura, e invitarles a dar su opinión sobre lo aquí expuesto, les deseo un feliz Día del Libro ¡manque pierda!

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