El bullir de esta época se ha apagado en mí. Ese vigor, la alegría que experimentaba todos los años, se han marchitando de golpe. Una sensación de desánimo se hace patente día tras día, y, lejos de transformarla en verano, otoño o invierno, llena ese jardín que es la vida con una honda tristeza. Hay algo en la enfermedad que desdibuja el presente. Como la calima o unas gafas sucias, no te deja ser tú, a pesar de desearlo con todas tus fuerzas. Y recuerdas los tiempos felices en los que todo era como tenía que ser: primavera.
Tu andar vacilante
se hizo firme,
poco a poco,
en el jardín.
Las briznas frescas
cosquilleaban, nerviosas,
las plantas nerviosas
de tus pies.
Y esos pies curiosos te acercaron
al arbusto de las muñecas,
al sembrado de las pinturas,
al matorral de las canciones,
al árbol alegre de las retahílas.
Otros jardineros
te tejieron bufandas,
te contaron historias,
te llevaron, de la mano,
a cada flor.
Les diste nombre a todas:
rosa, clavel,
poesía,
lavanda, azucena,
padre, abuela,
hierbabuena,
dalia, lirio,
amapola,
ruiseñor…
En primavera
brotaron, a centenas,
margaritas, comienzos
y despertares.
Y tus ojos, admirados,
los veían crecer.
M. Carmen Aznar.
En: El jardín que habitas.
Ilustraciones de Raquel Catalina.
2024. Barcelona: Akiara Books.
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