Se nos llena la boca de libertad. Libertad por aquí,
libertad por allá. Claman libertad el reo, el adolescente, el ama de casa, el
ejecutivo, el panadero, el creyente, la prostituta y el camarero. Minorías y
mayorías exigen su cuota de libertad. Todos estamos de acuerdo. Queremos
libertad. Para vivir, para sentir, para trabajar. Pero, ¿qué es la libertad?
Ni la filosofía ni la política ni la psicología se ponen de
acuerdo en un vocablo que todos creemos tener muy claro. En términos filosóficos
se refiere al estado de servidumbre y/o esclavitud (no subyugar ni ser
subyugado); la política lo define como un derecho de libre determinación y de
expresión de la voluntad desde un punto de vista cívico y organizativo; y la
psicología tiene en cuenta una serie de actitudes en las que destaca la
espontaneidad y la indiferencia.
Todo esto suena divinamente (como toda teoría), hasta que
llega la práctica y nos encontramos con todo tipo de trabas, más todavía
teniendo en cuenta que el ser humano es un animal social y la libertad
individual está condicionada por lo colectivo. Les hablo de compañeros de
trabajo, de familias y familiajes, de amigos (supuestos, porque los de verdad
te dejan volar), de transeúntes (esas calles llenas de dimes y diretes son una
miseria fantástica) e incluso seguidores (que las redes sociales además de
darle alas a lo privado, también actúan como mordaza).
Es difícil ser libre. Las multinacionales, los bancos, las
energéticas y los partidos políticos nos utilizan, nos moldean a su antojo para
ser consumidores y votantes ejemplares. Aunque no lo creamos vivimos presos de
nuestras bajas pasiones, pues la libertad tiene muchas caras aunque nosotros
sólo veamos la más idílica. Y así, con los grilletes invisibles de la
propaganda, llego hasta Acuario, un hermoso
álbum sin palabras de Cynthia Alonso, editado en nuestro país por la editorial
madrileña Kókinos.
Todo empieza con una niña que, desde un pequeño embarcadero,
contempla el mar mientras sueña con nadar entre los peces. De repente, un
pececillo rojo salta fuera del agua y cae en el embarcadero. La niña lo recoge
y se lo lleva a casa. La niña intenta construirle un acuario especial, pero el
pez se escabulle. Es así como la protagonista entiende los deseos y anhelos de
su nuevo amigo.
Aunque el argumento es bastante recurrente, la narración
tiene mucha fuerza, pues la autora ha elegido desarrollarla a través de la
secuenciación de imágenes que tienen una enorme carga onírica, fantástica, pues
los sueños de la niña se mezclan con la situación del animal, contraponiendo
así estos dos puntos de vista, la ensoñación y la realidad.
A ello hay que añadir una paleta de color con mucho
contraste donde el azul del ecosistema acuático con los tonos ocres, negros y
rojos, nos trasladan a un verano fresco y cálido en el que entran ganas de
zambullirnos. No podemos olvidarnos de los detalles (¿se han fijado en el traje
de baño de la niña?) ni de las
excelentes composiciones de cada doble página donde el movimiento, un metáfora
hermosa de la libertad, es una constante.
Espero que les guste tanto como a un servidor. Y si no, son
libres de disfrutar de otro libro.
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