miércoles, 19 de marzo de 2025

Nuevas paternidades


En este San José, además de mascletás, no está de más recordarles que sigo siendo partidario de los reformatorios para padres. Lo digo sin inmutarme, pues viendo lo que veo a diario, empiezo a pensar que la gente solo tiene hijos para colgarse un sambenito más. Una especie de postureo que les ayuda a ascender en una escala de valores cada vez más paupérrimos y donde no importa cómo seas, sino lo que seas.
Si no, a cuento de qué voy a recibir mensajes de padres que me imploran soluciones para que sus hijos no abandonen las aulas con catorce años. A cuento de qué voy a tener que explicarle a una madre que la justificación de las ciento cinco faltas que ha tenido su hijo este trimestre tienen que venir acompañada (¡Qué menos!) por alguna firma médica.


El mundo está loco. Tanto, que no solo los críos toman la comunión para hincharse a regalos, sino que los adultos buscan en sus etiquetas una aprobación social que les provea de un mimetismo con el que irse de rositas. ¿Qué tu hijo se pasa el día con la videoconsola haciendo el cabrón? No pasa nada mientras te acompañe a las reuniones con tus amigos y propine besos y sonrisas a todo quisqui. ¿Qué tu hijo se ríe en la cara del profesor cuando se le pide que respete las normas del aula? Non ti preocupare. Todo se soluciona con un viaje a Disneyland.


Lo verdaderamente importante no es dejar un legado interesante, tratar de crear un futuro mejor para esta especie nuestra, sino alimentar nuestros deseos y necesidades aunque vendas lo contrario. Que me apetece irme de vacaciones; da igual que pierdas una semana de clase. Que quiero ir al gimnasio; tú, sin clases de patines. Que me apetece hincharme a pasteles; tu índice de glucemia no se va a quedar corto. Que este año toca irse a Cuba; te quedas sin tus amigos de Benidorm, pero ganas una buena diarrea y dos tandas de jetlag.


Y así funcionamos, pasando de todo, pero bien agasajados de regalos. Viviendo a base de lo material y despreciando lo verdaderamente importante, un ideal que, a pesar de cubrir lo superficial, descuida lo trascendental.
Para compensar un poquito, en este Día del Padre les traigo tres títulos muy paternales que bien merece la pena conocer aunque ya tengan unos años (no todo van a ser novedades que sepulten libros que merece la pena airear), pero que se me había pasado incluir en esta bitácora mía.


El primero es Las manos de papá, un álbum de Émile Jadoul publicado por Corimbo y que hoy día está descatalogado (ya saben, queridos monstruos, acudan a las bibliotecas porque en ellas se esconden auténticos tesoros). En este libro dirigido a prelectores y primeros lectores, el autor francés se interna en los cuidados que un niño recibe durante los primeros meses de vida gracias a las siempre presentes manos de su padre.


Es curioso el recurso gráfico utilizado por el autor para captar nuestra atención y que dota de un sentido múltiple a esta historia cotidiana. Por un lado, ensalza la labor de la crianza, por otro, el hecho de mostrar solo las manos del progenitor, nos interpela como sujetos activos y experimentados (¿Quién es ese padre anónimo? Quizá el nuestro) y por último, recrea toda una serie de actividades en las que el lector puede verse reflejado (Una nueva pregunta: ¿quién es el verdadero protagonista? ¿El padre o el hijo?).


Un libro encantador donde la técnica pictórica es sencilla pero muy efectiva, el uso reiterado de onomatopeyas y el formato boardbook se combinan a la perfección para ensalzar el papel de los padres a la hora de enseñar a los hijos a subir escaleras, deslizarse por un tobogán o dar sus primeros pasos.


Compota de manzana, el álbum de Klaas Verplancke editado por Ekaré, es mi segunda elección. En este libro del premio Bologna Ragazzi 2001, el autor flamenco se interna en las relaciones entre un hijo y su padre de una forma un tanto fantástica (podríamos decir que es la versión masculina del Madrechillona de Bauer).


Tomás quiere mucho a su padre porque tiene montones de cosas buenas. Lo que más le gusta de él es que los dedos de las manos le saben a compota de manzana. Pero a veces, su padre se calla, una tormenta se avecina y sus dedos se convierten en rayos que lo envían a su habitación con firmeza. Así, nuestro protagonista se marcha en busca de un padre nuevo con mejillas suaves, músculos firmes y manos tibias, pero solo encuentra una casa en lo alto de un árbol donde lo espera un extraño personaje. ¿Quién será?


Si bien es cierto que la primera parte de este libro recuerda a otros libros como Mi papá de Antonhy Browne, donde las cualidades y los defectos de los progenitores son el hilo conductor de una acción, en este caso enriquecida por el doble sentido de unas ilustraciones descriptivas y de gran belleza compositiva, la segunda parte se recrea en una mirada llena de metáforas visuales donde la transformación del padre tiene que ver con esa percepción onírica que los niños tienen de la realidad. Una vía de escape que transgrede las normas, pero que les ayuda a gestionar desencuentros con el universo adulto.
Junto con una buena elección de formato, recursos secuenciales que huelen a viñeta y una dedicatoria llena de sentimiento, seguro que encuentran a un padre enfurruñado para regalárselo (y si no, háganmelo saber, que yo sí sé a quién).


Por último les traigo un clásico de los libros paternales. P de papá es un libro escrito e ilustrado por Isabel (Minhos) Martins y Bernardo Carvalho, que editó hace años Kalandraka para ensalzar esos momentos que padres e hijos comparten a diario desde una perspectiva lúdica muy recomendable para prelectores.


Este libro se articulado sobre una serie de escenas donde las siluetas de un padre y un hijo dibujan montones de escenas gracias al contraste de los colores. Así, el hijo, como si de un juego de palabras se tratase, inventa diferentes tipos de papá gracias a posturas o situaciones que recuerdan a objetos, vehículos, lugares o profesiones. Tenemos el papá grúa, el papá perchero, el papá abrigo, el papá avión, el papá túnel o el papa domador, todo un catálogo de papás que se funden en uno solo.


Si bien es cierto que las siluetas dejan entrever emociones básicas, están bastante despersonalizadas, lo que ayuda a la hora de que el lector-espectador se refleje en ellas, un recurso gráfico muy interesante en este tipo de libros sobre temas universales.
Y así, con tres padres muy diferentes, pero con gran parecido, les dejo con el suyo que, presente o ausente, bien merece una caricia.

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