Como no puedo estar quieto ni un momento, durante los últimos meses me ronda la cabeza esa idea de montar un pequeño negocio, aunque solo sea por mero entretenimiento. Hay varias opciones… Regentar un bar, darle forma a una editorial o invertir en el campo de la informática.
Quizá piensen: “Pero alma de cántaro, con lo bien que vives tú, ¿de dónde salen emergen esas ganas de emporcarte monetaria, laboral y personalmente? ¡Tú estás loco!” Les explico… Tras casi veinte años ejerciendo como docente, he llegado a un punto en el que esta profesión ha perdido muchos alicientes. Y no precisamente por los alumnos, pues cada clase es diferente y lo que lleva como título “El aparato respiratorio”, puede pasar de ser un coñazo a una fiesta conforme sales de un aula y entras en otra. Es más bien por un sistema que te encorseta hasta las trancas y en el que poco puedes desarrollarte.
Lo primero de todo, en nuestro país, cualquier funcionario se debe a la administración, es decir, trabaja exclusivamente para ella. A menos que tengas tu propio negocio no puedes realizar otra actividad remunerada. Cuando le cuento esto a mis amigos extranjeros se echan las manos a la cabeza. Ni holandeses si ingleses entienden las razones que llevan a un estado a prescindir de ideas con las que crecer económicamente. Se ve que hay que repartir cuotas laborales…
Lo segundo es más personal. España es el país de la “titulitis” y las etiquetas y tenemos muy interiorizado que un ingeniero no puede dedicarse a la filosofía ni que un profesor de francés quiera ser productor musical. Si una persona ha invertido diez años en el campo de la informática, nunca podrá ser un buen jardinero. Ni tampoco el profesor de biología, puede abrirse camino en la literatura infantil.
Gracias a estas dos razones de peso, pueden estar tranquilos, Ni hostelería ni microchips ni libros para críos. Seguiré explicando la teoría de la deriva continental y el método científico para dejar que otros sigan en pos de sus sueños. Nada mejor que obviar el control fiscal y gubernamental que se gastan los caciques de este país. No sea que todo mejore y les demos una patada en el culo (bien merecida).
No obstante, si ustedes se envalentonan y quieren hacer frente a las trabas administrativas, no deben olvidar los pros y contras de invertir en algo así. Por eso, hoy les traigo El mejor restaurante del mundo, una nueva aventura de la pandilla de canes que tantas alegrías le están dando a Dorothée de Monfreid y no se olviden de todo lo que conlleva una empresa por pequeña que sea.
En esta ocasión, Zaza quiere hacer realidad el restaurante de sus sueños e invitar a cenar al resto. Primero de todo, elige el lugar adecuado en mitad del bosque y pide ayuda a Popov, Miki, Nono, Agus, Kika, Jana, Pedro y Omar para darle forma. Mientras Zaza va tomando nota de la cena, los demás fabrican las mesas y las sillas, se encargan de rotular y colgar el cartel, crean una atmósfera agradable o disponen los cubiertos. Cuando todo esta listo, llega la hora de disfrutar de sus platos favoritos, pero…
Con ese carácter de narración coral sobre el que se construyen los libros de estos perros, esta pequeña comedia de situación no solo hace reír a cualquiera (les recuerdo que monstruos somos todos), sino que permite a los diferentes tipos de lectores que se acerquen a él identificarse con uno o varios de los personajes al tiempo que descubren su propia humanidad. Algo que me ha gustado mucho de este episodio es esa luz cambiante en cada una de las escenas que, a modo de stop motion u obra teatral, van configurando el paso del día a la noche. Una atmósfera deliciosa que esta vez abandona el formato boardbook para diversificar un público no tan minoritario como el toddler. ¡Disfrútenlo y den forma a sus deseos empresariales!
No hay comentarios:
Publicar un comentario