¡Qué mal estoy llevando
el comienzo de este año bisiesto! Lo cierto es que no ando muy
estresado (hace tiempo que decidí dejar a un lado el histerismo para
declararme un completo vividor), pero sí estoy metido en muchos
fregaos que no me dan mucho asueto. Que si prepara exámenes de
recuperación, corrígelos, viajes, date prisa con el temario, no te
olvides de comprar leche, llama al técnico... Vamos, que ando con un
poquito de jaleo pero nada que no se pueda llevar, que a estas
alturas de la película no es poco (Ufff... ¡Menos mal que no tengo
hijos...! Según dicen, es la mar de entretenido...).
Si un servidor lleva con
algo de vértigo la cuesta de enero, peor la llevan mis alumnos que,
aunque tengan que hacer poco, no se acuerdan de nada. Y cuando digo
nada, es nada. No se acuerdan del tema anterior, tampoco de lo del
pasado trimestre, ni de lo que estudiaron el año que dejamos atrás,
y mucho menos de lo que vieron durante toda la primaria. Vamos que
por no acordarse, no se acuerdan ni del número Phi (3,141652...)
Yo quiero pensar que es
una mera pose para que no les dé la tabarra, que pase de ellos y
siga con lo mío (así se evitan responderme)... En el fondo sé que
todos los conocimientos que han ido adquiriendo y gestando dentro de
su maleable cerebro, subyacen ahí (¿Soy un pobre iluso?). Otra cosa
es que no sepan cómo extraer toda esa información (sobre todo en la
adolescencia, que entran en una especie de letargo cognitivo)... No
saben escarbar en el disco duro, entre todo lo que saben y lo que se
les dice. Quizá sea porque no les interesa (pregúntales algo de la
tele, del partido de ayer o de Justin Bieber... ¡Se saben hasta el
último detalle!). Quizá también tenga que ver el tipo de relación
que uno establece con ellos... Si eres un tirano malhumorado,
probablemente vivirán acojonados por si el error llama a la puerta,
otra cosa en que les des muchas posibilidades y les eches algún que
otro cable, algo a veces más efectivo que echarles una bronca de
tres pares de cojones por olvidar lo más obvio.
Entretanto, yo sigo
recordándoles lo más básico, que va desde la tabla de multiplicar,
pasando por la lista de los reyes godos (ja, ja, ja... es broma, no
me la sé ni yo...), los ríos penínsulares, que las palabras agudas
que terminan en “-on” llevan tilde en la o, o incluso el
abecedario, algo la mar de últi cuando queremos buscar un libro en
una biblioteca.... Hablando de alfabetos, aquí les traigo un trío
de abecés que bien valen un vistazo. El primero es el Abececuentos
al que Daniel Nesquens ha puesto palabras y Noemí Villamuza
ilustraciones (publicado por Anaya), y que nos hace un recorrido,
tanto por las letras del alfabeto, como por muchos de los personajes
clásicos de la literatura infantil; una buena forma de recordar las
letras. En segundo lugar tenemos el abecedario que Fermín Solís ha
publicado con la editorial Libre Albedrío, y que lleva por título
Los niños valientes. Se trata de un catálogo de niños muy
atrevidos (y ordenados por orden alfabético) que, acompañando todo
tipo de situaciones adversas, consiguen transmitir al lector cierto
riesgo y aventura. Por último traigo un abecedario en inglés
(últimamente estoy haciendo referencia a muchos títulos en esta
lengua por el interés que suscita entre muchos padres y maestros que
tienen como objetivo desarrollar una segunda lengua entre el
griterío), concretamente los ABC's (son dos) de Charley Harper, un gusto para la vista que, además de presentarse en formato
boardbook, tienen un diseño maravilloso.
Y como colofón a este
lunes de olvidos, un recuerdo a la figura de David Bowie tras su
fallecimiento (los grandes lo son incluso a la hora de morir). Les
dejo con su Magic Dance de En el laberinto, una
película de culto de Jim Henson basada en el álbum ilustrado de
Maurice Sendak (El otro lado), que muchos guardaremos en
nuestra retina de niños a pesar del paso del tiempo.
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