De vez en cuando, en este
extraño universo de la literatura infantil, hay libros que pegan el
petardazo (algo bastante inaudito puesto que, aunque se vendan
millones de euros en forma de papel ilustrado, no son muchos lo
títulos que consiguen por si mismos un elevado volumen de ventas) y
es lógico que un servidor, en vez de mirar para otro lado, se vea
abocado a analizar los porqués de tan vertiginosa carrera. Mera
curiosidad y aprendizaje.
Esto es lo que ha
sucedido con El pollo Pepe, un pequeño libro ilustrado de
Nick Denchfield y Ant Parker que combina, en tan sólo diez páginas,
juegos de palabras (sólo 53 en todo el libro), alguna rima, técnicas
de solapas desplegables y pop-up, para conseguir que más de 100.000
ejemplares hayan caído en las manos de cientos de críos (sí, sí,
así me quedé yo cuando lo leí... como decimos por aquí, picueto).
Sé que ustedes me van a
decir que bien podrá El pollo Pepe vender todo esto teniendo
detrás a la todopoderosa SM, pero tampoco hay que ser así, más que
nada porque en el catálogo de esta editorial hay cientos de títulos
a los que se ha prestado mucha importancia comercial y que no tienen,
ni de lejos, la aceptación de este libro, algo que deja bien claro
que grandes y pequeñas empresas sufren el veredicto del público.
Por lo tanto, yo propongo respirar, echar un traguico de agua, dejar
nuestros prejuicios a un lado y ser objetivos y analizar el libro
desde un punto de vista técnico...
El pollo Pepe está
estructurado como un boardbook clásico (entre 10 y 14 páginas,
generalmente), pero hay que denotar que no está elaborado con
cartón, sino con una especie de cartulina (más gruesa que el papel
y que facilita la inclusión de elementos de pop-up en su interior),
y tiene un tamaño más grande que estos (por tanto llama más la
atención). Las ilustraciones tienen un colorido básico (nada de
medias tintas), algo que encaja perfectamente con la percepción
visual básica que desarrollan los niños a edades tempranas, y
poseen un lenguaje propio que va complementando el texto añadiendo
detalles, movimiento y humor. El argumento no es nada pretencioso,
sino más bien expositivo y se desarrolla en un texto rítmico y que
tiene algo de retahíla, lo que ayuda a la lectura conjunta
(adultos-niños o niños-niños). Y para terminar decir que tiene un
final concluso y redondo, algo que siempre se agradece. Si a todo
ello añadimos que el traductor tuvo mucha vista al llamar al
protagonista con un nombre típico español que cuando lo oímos ya
nos saca una sonrisa (por lo menos a mí), la cosa ya es de traca.
Es cierto que el libro no
rebusca en el interior de nuestra alma las vicisitudes de nuestra
existencia (a veces hay que pasárselo bien sin demasiada
trascendencia), pero sí tiene méritos más que destacables (a mi
modo de ver las cosas crear un personaje que se abra hueco en el
ideario de nuestros pequeños lectores, ya es más que suficiente) en
una reseña de este espacio.
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