A la quimérica Alejandra.
La vida está llena de
quimeras, y no precisamente de esas criaturas mitológicas que
habitaban en las mentes de los antiguos griegos, sino de otras más
modernas pero igualmente peligrosas.
La naturaleza quimérica
del hombre, la intelectual, no la física (aunque no sé muy bien que
pensar..., que a más de uno/a le ha dado por ponerse el morro de un
pato) nos lleva por el camino de la amargura, un poquito de cabeza...
Unas veces pillamos lo que nos gusta de aquí, otras, un poquito de
allí, lo vamos metiendo en el vaso mezclador y, con un poco de
ritmo, nos sacamos una nueva idea de la manga de lo que debería ser
y que nunca es. Así pasa, que vivimos un tanto confusos entre
nuestra forma de actuar y pensar, una dicotomía que hace las
alegrías y penas de esta especie razonada (que a ver quien es el
guapo que logra encasillarse...).
El resultado unas veces
nos llena de esperanza y otras nos asola de decepción, pero está
claro que ante tanta impertinencia del yugo mundano, un servidor opta
por la salida más fácil. Y para ilustrar, desgrano un caso
cotidiano, la elección de pareja . El otro día me decía J.,
treintañera de buen ver, con bastante guasa, socialmente
comprometida y mu' trabajadora (N.B.: Para más señas, pídanlas),
que necesita un hombre hecho a su medida: amable, guarrindongo,
graciosete, cultureta, canalla, educado, vegano (¡Qué plaga!),
guapetón, aseado, currante y que la trate como a una reina. Yo le
dije “O te esperas sentada, o lo pides por encargo”. Ella resopló
(¿o fue un bufido?) y siguió con el desencanto. A lo que yo le
contesté que en vez de ponerse trascendental debería coger un
serrucho e ir juntando cachos; la fórmula más plausible de
maravillarse con tan anhelado macho. Nos reímos mucho y el resto,
como todo lo inútil, se esfumó en el aire.
En esas me hallaba cuando
caí en la cuenta de que este argumento a caballo entre las utopías,
los deseos, la creación, el juego de la vida y las quimeras se ha
usado con cierta frecuencia en la Literatura (no se olviden de Mary
W. Shelley y su famosa criatura) y en bastantes libros ilustrados. Es
por ello que hoy les traigo dos de ellos de reciente hornada.
Operación Frankenstein de Fermín Solís y editado por
Narval, y Un regalo para Nino de Lilith Moscon y Francesco
Chiacchio, publicado por A buen paso. Aunque los dos beben de este
espíritu quimérico y tienen una línea ilustrativa parecida (aunque
diferente perspectiva), son muy diferentes. Mientras que el primero
se podría catalogar como una simpática secuela del clásico de
Shelley adaptado a un contexto infantil y sin tanta mira discursiva,
el segundo se parece más a los cuentos de hadas tradicionales (quiso
recordarme a la Pulgarcita de Andersen y a los cuentos
populares rusos, no sólo en la estructura, sino también en la
forma) en los que los “donantes” (Propp dixit), desde la sombra,
echan un cable al protagonista para hacer realidad su sueño.
Aunque ambos libros
tratan desde una perspectiva diferente un mismo tema -uno a
pinceladas y jolgorio y otro con profusa delicadeza (a veces
excesiva)-, creo que pueden surgir sinergias entre ambos y despertar
así en el lector discursos complementarios, nuevas quimeras.
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