lunes, 7 de marzo de 2016

De esnobs y viajes


El otro día me lloraba un votante que, desde que era más pobre, no podía irse de viaje. Yo me quedé un poco patizambo, lo consolé en la medida de lo posible (uno ya tiene bastante con aguantarse a sí mismo) y salí cortando mientras le daba al coco... Se ve que un servidor es gilipollas, conformista o resignado por anteponer otras necesidades al mero peregrinaje... Aunque no me extraña esa desazón, ese ansia viva, teniendo en cuenta que, antes de la venida de la crisis, se iba de turné hasta la Tomata.


Viajar tiene sus pros (pero ese es otro alegato) y unos cuantos contras. Hace bastantes años, lo de viajar molaba, sobre todo porque sólo se iban a otra punta del mundo cuatro currantes (incluidos camioneros, comerciales y negociantes), privilegiados (cruzar el charco costaba un pico antes de la democratización que trajeron las compañías aéreas de bajo coste) o aguerridos mochileros (pasándolas canutas también se viaja, no lo olviden), y la cosa, como todo lo minoritario, pecaba de cierta exclusividad -bastante deseable, por otra parte-. Es por ello que, abanderadas por la buena (y ficticia) marcha de la economía española, las clases medias y bajas comenzaron a subirse al carro para dar rulos por el globo. Compras pre-navideñas en Nueva York, nochevieja en Lisboa, un mesecito recorriendo la Patagonia y la cena del capitán (me descojono cada vez que algún partidario de los cruceros lo menta)... Vamos, que el populacho no atascaba y le daba al plástico para, tras el verano, quedar con sus iguales, y comentar lo maravilloso que era el Caribe de Curro. Todo con tal de escalar en el estatus...


Tampoco hay que olvidarse de la idealización, un fenómeno colectivo al que han contribuido revistas especializadas y programas televisivos. Lo extraordinario que es viajar y, sobre todo, ¡echarse fotos! Y si las tomamos durante un periplo por Mozambique, Mongolia o Nicaragua, tienen más solera todavía. Cuanta más pobreza ves (sobre todo si eres aficionado a los hoteles boutique y contemplas cómo la cruel realidad golpea a otros), más gastroenteritis sufres y más violento es un país, más aprendes, mejor te lo pasas y más realizado como persona te sientes... Puro esnobismo ilustrado.


Sí, sí, viajar abre la mente (eso de desarrollar estrategias de supervivencia, agiliza los sentidos y agudiza el ingenio) y es más exótico que independizarse de los papis, pero no creo que sea más enriquecedor que una charla en la sala de espera del dentista entre un vagabundo, un agricultor ecologista, una vedette, un físico nuclear y un lector de libro-álbumes. A lo que aduzco que, lo importante es con quien compartes el camino, no tanto el recorrido.


Y como un servidor esta harto de odiseas (cuanto más ruedo, menos quiero moverme de casa) hoy enciendo el modo detractor para abominar de los trotamundos reales y simpatizar con los viajeros virtuales que, como la protagonista de Lola se va a África, un gracioso y bien armado libro de Anne Villeneuve (editorial Bira Biro), le dan al cuento y la imaginación para volar por otras geografías, por otros lugares en los que uno quiere de verdad estar y que bien pueden ser tanto o más auténticos que los palpables y empíricos.



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