Anoche, mientras sucumbía
a mis dos últimas berenjenas aliñadas (si alguien quiere la
receta, que la pida), me vino a la cabeza la palabra “consenso”,
una que durante las últimas semanas, se ha puesto de moda gracias a
los resultados de las últimas elecciones generales.
No entiendo a qué viene
tanta preocupación si los españoles estamos la mar de contentos con
este limbo gubernamental (o al menos eso dicen las últimas
encuestas...): aguantamos poco a estas garrapatas y seguimos a merced
de las energéticas, los bancos y otras multinacionales, los que de
verdad menean el cotarro. Un clásico, chupe quien chupe y pese a
quien pese.
El caso es que la cosa
está jodida, entre lo que envejece la vida de diputado (¡Que
acartonados están algunos a los treinta!... Sape, sape, ¡que estoy hecho un chaval!) y el hambre que pasan muchos (¿Se planteará
Cáritas comedores oficiales?), no hay quien llegue a un acuerdo para
hincarle el diente a los presupuestos y sacar suculento bocado... Los
partidos mesiánicos siguen en sus trece (¿lograrán perpetuar el
parricidio que se han marcado?) y, a pesar de un discurso
tropecientas veces hilvanado (¡Qué habilidad retórica, macho!),
provocar a costa de abrigo piojoso, esmoquin de “zeja” (¡A esto
lo llamo un buen fondo de armario!) o nene destetado, cada vez hacen
más el mono y exhiben sus intenciones a lo pavo. Los separatistas,
de principios entienden poco (Tú, afloja la billetera y cállanos
pronto). La casta, cagada como siempre, acabará sepultada por una
montaña de caspa (N.B.: Teniendo en cuenta que se acerca la Semana
Santa, les recomiendo preparar torrijas, buñuelos o rollicos de
naranja). Y el resto, a pesar de arengar poco en las redes sociales
(se ve que está bien pagada la propaganda y todo el mundo se
arranca al análisis...), seguimos hablando de “estupideces”
varias, libros ilustrados, abstención y sobrasada entre otras.
No me quiero ni imaginar
la de puñaladas que se estarán propinando, pero es preferible que,
por ahora, las ostias les lluevan a ellos (Hasta nueva orden. ¿junio,
tal vez?). Lo que ocurra tras la tormenta será otra historia, incluso parecida a lo que sucede en Después de la
lluvia, una bonita fábula con la que Miguel Cerro obtuvo el pasado Premio Compostela de álbum ilustrado (editorial
Kalandraka). Este libro sencillo, sin mucha pretensión y creado para
las minorías “incapaces” (esas que tanto están dando que hablar
en el panorama actual) y su importancia dentro del sentir general.
Unas veces peligrosas (a veces pienso que las sociedades occidentales
vivimos secuestradas por nuestros complejos y prejuicios), otras esclarecedoras, pero nunca innecesarias, las minorías, esas que suponemos desvalidas e inofensivas, siempre acaban dándole a la mayoría en to'l morro, aunque sea con la luz de las
estrellas.
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