No
me creerán si les digo que, a veces, la creatividad es un lastre. No
sólo porque doy buena fe de que, lo que nos sobra a unos, les falta a
otros (Fíjense en los políticos..., de lo único que se preocupan
es de repartirse el pastel... y soluciones, poquitas... Eso de “la
imaginación al poder” parece sonar a antigualla), sino porque nos
percatamos de que los demás no están preparados para entender
nuestro discurso (Incluso los que van de modernos viven encapsulados
en sus prejuicios, y romper el muro que se interpone entre ellos y lo
nuevo, es muy difícil).
Tengo
la bombilla encendida desde que no levantaba tres palmos del suelo..., y lo mejor de todo es que ¡no se funde! Me bullen tantas ideas en la
cabeza, que no doy abasto para darles forma. Temáticas para libros
ilustrados o novelas, alguna que otra imagen para pintar, dibujos,
cientos de recetas que probar (¡espero no engordar!), proyectos con
los alumnos, artículos interesantes, materiales educativos,
argumentos científicos, trastos desvencijados que reutilizar, cursos
para impartir, muchas entradas que escribir en este lugar, cosas de
las que hablar con gente que quiera escuchar, artilugios que probar,
lecturas que leer, juegos con los que divertir y hasta ¡algún
programa de televisión!, se agolpan en un trastero mental que va
necesitando un poco de orden y concierto (¿Lo lograré...?). Vamos,
que ¡necesito más horas al día! Quiero algo de slow motion en mi
vida. Sniffff.
Me
gusta hacer y deshacer, tejer y remendar. Dejar volar el intelecto
para buscar nuevos caminos (y algún que otro problema) a los desafíos que nos
va trayendo el tiempo; algo que empiezo a echar de menos en los
niños, los adolescentes, los jóvenes de hoy día. Ellos, a pesar de
tener un mundo interior extraordinariamente rico (los estímulos que
han recibido han sido diferentes a los míos y por tanto cimentan nuevos edificios, conquistan lugares anteriormente inexplorados), se
conforman con lo que otros piensan para ellos, con el pasado al que
ya no pertenecen y con discursos que suenan a nuevo pero poco tienen
que ver con el futuro.
A
la espera de que muchos de estos se decidan a darle al coco, un
servidor y por si acaso, seguirá atesorando en esa chistera
(virtual, como El maravilloso sombrero de María, un personaje con
una imaginación desmedida creado por Satoshi Kitamura y que ve la
luz en castellano gracias a la editorial Océano) todas las
iniciativas que le puedan servir para darle un poco de forma y brillo
al mundo..., aunque bien pensado, será mejor que las vaya apuntando en
un cuaderno ya que, pese a la alopecia que va mermando mi
cabellera, no suelo utilizar complemento alguno (incluidos tatuajes,
pendientes y uniformes) para salvaguardar las ideas dentro de la
testa. ¡Y que el arte se nos rebele cuando soltemos las riendas!
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