Últimamente vivo la vejez de cerca. Y no en mis carnes precisamente, que a pesar de la calvicie, me considero bastante lozano todavía. Más bien me rodeo de gente que padece el deterioro propio de la edad. Falta de movilidad, achaques de todo tipo, enfermedades degenerativas, desgaste orgánico y mental… Los años no pasan en balde y el cuerpo lo sabe. Teniendo en cuenta que nuestra maquinaria llega a su punto álgido con treinta años (lo que oyen), que la media en España ronde los ochenta años no está nada mal. Y si además llegamos en el mejor de los estados, podemos celebrarlo por todo lo alto.
Y ahora les pregunto: ¿Les gustaría vivir eternamente? Sí, todos nos lo hemos planteado. Eso de habitar el mundo por los siglos de los siglos, amén, sería toda una suerte, pues podríamos hacer lo que nos viniese en gana, disfrutar de todas nuestras aficiones, tener todo el tiempo del mundo para comer, bailar, amar, dormir, reír y leer. Sobre todo si no envejeciéramos, y cumpliésemos un año tras otro los treinta y cinco, mejor que mejor.
Pero también habría desventajas. ¿Qué pasaría si fuésemos los únicos que sobreviviéramos? ¿No sentiríamos solos, vacíos, aburridos, sin propósitos vitales? ¿Acabaría devastado nuestro planeta a causa de la superpoblación? ¿Flotarías en el vacío una vez que el universo se desvaneciera? Si nos ponemos así, quizá no esté tan mal eso de morirse, que a fin de cuentas, es para lo que hemos venido al mundo
Todo esto y mucho más debió pensar el protagonista de Gilgamesh. Más allá del confín del mundo, el álbum de Annamaria Gozzi y Andrea Antinori que ha publicado Siruela en nuestro país. Basado en la epopeya de Gilgamesh, el poema épico que fue recuperado en 1870 gracias al hallazgo de unas tablillas de arcilla de origen sumerio sobre las que había sido escrita hace cuatro mil años.
En esta adaptación se relata la parte final de la historia, el viaje que emprendió Gilgamesh, el rey de la ciudad de Uruk, en busca del hombre y la mujer que nunca morían, para poder recuperar a Enkida, su gran amigo recién fallecido. Enfrentándose a monstruos mitad hombres mitad escorpiones, recorriendo las entrañas de una montaña, y atravesando un océano mortífero, logrará dar con ellos, pero ¿podrá salvar a su amigo?
Con un lenguaje sencillo, la escritora italiana recupera para la literatura gráfica una historia llena de elementos líricos y sugerentes que invitan a una inmersión completa en la edición integral.
Por su parte, Antinori vuelve a sacar músculo con sus rotuladores de colores y una pizca de grafito para componer una secuencia de imágenes que cuecen y enriquecen. Detalles contemporáneos (¿Quién se espera que dos seres inmortales esperen al protagonista en una tumbona o que este se desplace en camioneta, patinete o a lomos de un bisonte en plena Edad Antigua?), inspiraciones arqueológicas y composiciones con mucha fuerza son el acicate necesario para acercar esta leyenda al gran público.
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