Siempre me ha dejado alucinado el hecho de que muchos de mis alumnos sean incapaces de aprender la tabla de multiplicar, confundan la b con la v, o no sepan dónde está Badajoz, pero sin embargo lo sepan todo sobre el Triceratops horridus o el Tyrannosaurus rex.
Su tamaño, su dieta, características corporales, su área de distribución, la época a la que se adscriben y otro montón de curiosidades. No se les pasa ni un detalle, de los que yo, como profesor de biología, no tengo ni idea. Resulta sorprendente que puedan almacenar una cantidad de datos inimaginable sobre estos seres extintos. Pero ¿de dónde viene esa pasión por los grandes saurios? ¿A qué se debe que los niños estén tan interesados en estos animales arcaicos?
Muchos niños tienen lo que los especialistas llaman intereses intensos. Generalmente es un interés desmedido, casi obsesivo, por temas u objetos que combinan curiosidad y pasión, como los vehículos a motor o los dinosaurios. Una combinación entre curiosidad, pasión y avaricia, que suele ocurrir a edades tempranas y mucho más en el género masculino (¿Se podría ligar esto a la preferencia de los hombres por la literatura de no ficción?).
Tanto es así, que los padres identifican este tipo de comportamientos rápidamente porque los nenes preguntan, se informan y abren la boca cada vez que se topan con el fetiche. Se comportan como cazadores y solo basta que aparezca su presa para acudir raudos y veloces.
Y lo mejor de todo es que no es un caso aislado. Se calcula que un tercio de los niños entre 11 meses y 6 años presenta este tipo de comportamiento. Se cree que tiene relación con el conocimiento del mundo que les rodea, un hecho cognitivo que se acelera al tiempo que explora la delgada línea que separa la realidad de la fantasía.
¿Esto es malo? Estudios recientes indican que no, que este tipo de intereses ayuda a desarrollar otras cualidades dentro del lenguaje, habilidades complejas sobre el procesamiento de la información, la atención o la concentración. Lo peor de todo es que solo un 20% de los chavales que presentan este interés, lo mantiene a lo largo del tiempo por diferentes motivos (una pena…).
Y para todos esos niños que se pirran por los grandes reptiles, hoy les traigo a Soñar con dinosaurios, un libro de Allan Ahlberg y André Amstutz que se ha publicado esta temporada. Recuperado de los anaqueles por la editorial Kalandraka, esta primera secuela de ¡Que risa de huesos! (recuerden que esta serie tiene un montón de títulos) se adentra en el universo de los sueños.
Los protagonistas se van a la cama y se ponen a dormir y, entre edredón y almohada, se encuentran soñando con los esqueletos de unos cuantos dinosaurios con las más estrambóticas aficiones. Pero todo se pone patas arriba por el choque de unos sueños muy reales y terminan huyendo de un dinosaurio muy especial.
Juegos verbales, rimas, canciones, e incluso un puzzle, se entremezclan en una historia colorista con mucho humor blanco sobre fondo negro donde Diplodocus e ictiosaurios van pululando por los sueños universales de nuestros protagonistas. El que mejor parado sale es el esqueleto perruno, ¿adivinan por qué?
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