No se crean que cultivar
ideas es fácil, no. Lo de encender bombillas, aunque sea de manera
metafórica, tiene su intringulis. Está claro que hay personas
brillantes, de esas con una inspiración pasmosa. Observadores,
creativos y muy espabilados, son capaces de desarrollar los conceptos
más complejos de la forma más fácil. Llámenlos genios, talentosos
o como quieran, pero el caso es que hay que tener en cuenta que la
mayoría no entramos en esta categoría. Entonces, ¿como tienen
ideas aquellos que las tienen?
Está claro que creativos
de empresas de publicidad, científicos, artistas y escritores tienen
a sus espaldas un bagaje más que importante. Gracias al estudio, la
práctica y la pericia son capaces de relacionar conceptos y
situaciones de otros o de su propia cosecha que les llevan a pergeñar
obras de gran calado. Deberían convenir conmigo en ese punto que
afirma que la experiencia es un grado y que, cuanto más
profundamente conozcamos nuestras respectivas disciplinas, mucho más
fácil nos será contribuir a nuevos engendros y creaciones que nos
faciliten la existencia o nos llenen de belleza. Originales o no
(siempre he considerado que la humanidad hace mucho tiempo que no es
demasiado innovadora y que muchas ideas son refritos de otras) todos
ellos contribuyen al mundo de la creatividad, ese en el que confluyen
campos y disciplinas tan dispares como la cocina, la ingeniería, la
arquitectura, la orfebrería, el pret-a-porter o la ilustración
infantil.
Es por ello que la gente
que trabaja con las ideas, ese mundo en el que Platón tanto
profundizó, tiene una serie de recetas o consideraciones que les
ayudan en el día a día. De entre todas ellas, tres son mis
favoritas... La primera es la de la asociación forzada. Escriba
palabras en trozos de papel. Verbos, sustantivos y adjetivos. Coloque
estos tres grupos en una bolsa diferente y extraiga uno de cada.
Aunque aparentemente la asociación pueda resultarle inconexa, puede
que halle en ellas la inventiva necesaria para construir en torno a
ella.
¿Qué es un ambiente
creativo? Una pinacoteca, un museo de ciencias, una novela, un
ensayo, artículos científicos, una conferencia, el jardín
botánico, un concierto o ir al cine pueden desatar las ideas que
subyacen en nosotros, las agarran con fuerza y las liberan poco a
poco. Sumergirse en las ideas a las que otros han dado forma, es una
fuente inagotables de acicates y sugerencias para las nuestras
propias.
La última es la llamada
al profano. Véase mi caso... Cuando no sé de qué hablar, cuando no
encuentro la solución a un problema o no encuentro la imagen
perfecta, engancho al primero que pillo (generalmente mis alumnos o
mi familia) y les planteo el dilema (o quizá otro cualquiera).
Escucho su punto de vista, dejo que vayan a su aire, que naden
contracorriente, que se líen, que me líen, y con frecuencia, ¡ahí
está la fuente de inspiración!
Pero, una vez que
tengamos una idea, ¿qué hacemos con ella? Probablemente sea lo más
difícil, sobre todo porque, primero, hay que discernir entre lo
verdaderamente original y lo manido, segundo, dejarla reposar y
madurarla, y por último, hacerla tangible. Eso es sobre lo que trata
¿Qué hacer con una idea?, un álbum hermoso, poético y
sugerente de Koby Yamada y Mae Besom, editado recientemente en
nuestro país por la editorial BiraBiro, que intenta desde la
metáfora hacernos entender que el camino de las ideas es lento pero
muy satisfactorio. Con unas ilustraciones que con una pizca de
surrealismo (Ese huevo coronado, ¿no creen que tiene algo de Dalí?
¿O quizá de El Bosco?) y basadas en la dicotomía entre el blanco y
negro -grafito- y el color, simbolizan una búsqueda necesaria para
todos que tiene como fin iluminar el mundo con nuestra inventiva.
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