Cuando termina un año,
otro empieza. Es el ciclo que se repite cada 31 de diciembre. Adiós
y hola se fusionan por un instante y el tiempo sigue fluyendo. Aunque
parece ser que todo cambiará, la mayor parte de las veces no sucede
así y la vida continua con lo malo y lo bueno, dando por zanjado que
el calendario es otro engaño humano.
No obstante y por hacerle
un guiño al futuro, nos regodeamos con nuestras expectativas, no
sólo para ponerle la chispa (o la gripe, como ha sido mi caso)
adecuada, sino para enlazar con lo desconocido, que puede ser mucho
teniendo en cuenta el vértigo de nuestro devenir. De este guiño
esperanzado se alimentan multitud de rituales y gestos que tienen que
ver con el año nuevo pero el caso es que lo que viene, aunque guarda
cierta relación con el azar, la mayor parte de las veces depende de
nosotros mismos y de nada más.
Aunque vivo con los pies
en la tierra, he aprendido que la ilusión se alimenta de la capacidad de sacrificio, que llegar hasta una meta no depende de
chepas, calvos o tuertos, sino de nuestra incesante persistencia. Es
por ello que, en mis “New Year resolutions” habría que escribir
“retos” en vez de “propósitos”, ya que casi nada es
imposible (bueno, me desdigo: excepto quitarle el remo a Caronte en
mitad de un crucero estigio) mientras nos sople un viento favorable.
No se conformen con
supersticiones a menos que vivan de ilusiones, otra forma cómoda de subsistir. Dejen pasar los días en vez de contarlos. Inviertan su
tiempo, aprovéchenlo. También déjenlo perder (todo vale, incluso
vivir), pero no caminen apesadumbrados porque se queman los días,
sino porque les damos forma, construimos sobre ellos.
Empieza el
2018 y yo estoy contento por muchas razones que iré compartiendo
llegado el momento. No ganaré mucho, todo sea dicho, pero ¿y lo que
me voy a divertir, qué? Pues eso, que lo que no disfruten los
humanos que se lo coman los gusanos. Hagan lo que les salga del pijo
mientras no jodan a nadie.
Yo ya pienso en las tardes de invierno, en
las conversaciones de terraza, los bailes en mitad de la noche, la
brisa de la mañana, el mar y sus susurros, la gente que viene y la
que se va, el recuerdo de tus labios, ese flequillo alborotado, las
riñas fraternales en las tardes de verano, las quejas de mi padre, y
el arroz con pollo de mi madre (N.B: Lo siento Maurice Sendak, pero
en este Levante nuestro, no se estila la sopa, en todo caso el arroz
caldoso).
Sendak, Maurice. 2017.
Sopa de pollo con arroz. Libro de los meses. Ilustraciones del
autor. Versión de Gloria Fuertes. Kalandraka: Vigo.
2 comentarios:
¡Feliz 2018! Disfrutemos de la vida. Disfrutemos de la vida LIJera y de la literaria en general. Este me lo apunto.
Eso, eso, Miriam, ¡que se nos va la vida!
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