miércoles, 22 de octubre de 2025

Jubilación, ¿suerte o desgracia?



Trabajo en un cementerio de elefantes. Sí, así se les llama a los centros educativos donde más de la mitad del profesorado roza la edad de jubilación. Y no es que sea gerontófobo, pero sí es cierto que las conversaciones que más abundan en los corrillos se refieren a ese tema.
¿Y tú, cuándo cumples los sesenta?... A mí me quedan tres años para cobrar la máxima… ¿Treinta y siete años en el cuerpo?... Pues yo pierdo seiscientos lereles si me jubilo… He escuchado de Fulano va a solicitar el reenganche, ¡qué avaricia! No, mujer, es que tiene a los dos hijos en paro… Todo así. Y yo, mientras los escucho, me planteo si la jubilación es una suerte o una desgracia.


Por un lado, hay gente que se encierra en su casa, se hunde en el sillón y ve pasar los días enfrente de la tele y de espaldas al mundo. Quizá porque ya no es nadie (N.B.: Los hay que necesitan palmeros), quizá porque se siente inútil, deprimida o deshauciada. El caso es que hay personas que se desconectan de la vida antes de tiempo y pasan las hojas del calendario con mucha desidia y resignación. Y si te pones tonto, te zampan a los nietos: el castigo a la inacción.
Por otro, tenemos a los que rejuvenecen lo nunca visto. Gente que se pasaba de baja año tras año, de repente, se ponen como toros y sonríen a la vida. Otros se lanzan como cuervos a las agencias de viajes, los clubes de jubilados y las universidades populares. Una suerte de vitalidad que abre las puertas a aficiones olvidadas o descubre nuevos caminos que transitar.


Sí, amigos, la jubilación se parece a un décimo premiado del Euromillón. Si tienes esa suerte (no olvidemos que algunos no llegan), actúa como si no pasara nada y déjate llevar por la actividad o de lo contrario, estás perdido. Aunque dejemos de ser productivos para el sistema capitalista, tenemos que seguir comiendo, bebiendo y socializando, como la protagonista de la última joya de Anouck Boisrobert y Louis Rigaud que ha publicado este otoño la editorial Kókinos.
Los tesoros de la hormiguita, que así se titula este leporello, es uno de esos híbridos entre ficción y no ficción que tiene mucha chicha. Cuenta la historia de una hormiga que a lo largo del camino de vuelta al hormiguero, va encontrando diferentes elementos. Una semilla de diente de león, una ramita, una larva extraviada y una pluma son los actores secundarios que participan de esta aventura cotidiana y que le sirven como excusa para interactuar con otros animales y establecer pequeños diálogos durante el recorrido.


En esta creación, los autores franceses optan por una historia a doble cara en la que el exterior y el interior terrestre se aúnan en un mismo objeto. Por un lado tenemos el suelo de un bosque cubierto por la hojarasca y por otro descubrimos un mundo subterráneo gracias a las galerías y madrigueras que tanto las hormigas, como otros animales utilizan como hogar.


En lo que al formato se refiere, el dúo formado en Estrasburgo incorpora un nuevo concepto al libro-acordeón utilizando dos pliegos unidos que les permite establecer juegos interactivos en los que solapas y troqueles permiten crear una sensación de profundidad gracias a esa apariencia de capas superpuestas donde la realidad se funde con la ficción.



Del mismo modo, eligen la técnica de la acuarela para la elaboración de unas ilustraciones que rozan el naturalismo gracias a una paleta de color muy acertada y que nos permiten diferenciar con claridad las especies de insectos que habitan este universo edáfico tan logrado. Una aproximación al concepto de ecosistema que merece muchas lecturas en esos ratos de (in)actividad que todos tenemos para transformar la obligación en trabajo placentero.

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