Acoso escolar. Regresa la polémica y, lamentablemente, otra vida se pierde. Todos damos buena cuenta de que la sociedad sigue sin funcionar, mientras enteraos de toda condición llenan los telediarios y los programas de actualidad para culpabilizar a este o la otra, alentar al linchamiento público y recetarnos montones de soluciones infalibles.
Como los docentes sabemos por dónde va la hebra, preferimos la cautela, dejar de frivolizar y sopesar las trabas que, desde el ámbito escolar, se nos plantean frente a un suceso de estas características.
Y es que el llamado bullying es un problema muy difícil de acatar por diferentes cuestiones. En primer lugar, abrir un protocolo de acoso supone un trastorno monumental, no solo para los implicados, sino para todo el ecosistema escolar. Entrevistas con acosadores y acosados, sus respectivas familias, compañeros varios, profesorado, mediadores, inspección educativa…
En segundo término, quiero apuntar a la inestabilidad de esa línea sobre la que discurre todo el conflicto. Delgada, elástica y sobre la que se balancean montones de actores y percepciones difícilmente valorables. Se lo digo porque, como tutor, he tenido dos experiencias de este tipo y el conflicto está asegurado. Una guerra en toda regla en la que, en vez de israelitas y gazatíes, están implicados vecinos, amigos o primos.
Por último, decirles que la culpa de todo no siempre la tiene la escuela. Aunque los centros educativos tienen autonomía, conociendo el funcionamiento y la estructura de un instituto, no se crean que es poco haber podido cambiar a las alumnas de grupo. Si cambiar de compañeros, profesores, itinerarios educativos y/o materias optativas son trastornos que muchas familias no están dispuestas afrontar, ni les cuento el traslado a otro centro.
Vamos, que la cosa no es tan fácil como nos la pintan en los medios, ya que son decisiones que están sujetas a montones de personas con criterios e intereses muy dispares. Por eso, yo siempre digo que, aparte de ponerlo en conocimiento del entorno escolar y tomar medidas oportunas e inmediatas, lo mejor en estos casos es alimentar la autoestima de los hijos y enseñarles cómo gestionar sus conflictos para que le den la vuelta a la tortilla. Quizá por eso, me ha gustado mucho el libro de hoy…
Titulado Yo soy Simona, este álbum de Antoine Dole y Magali Le Huche que acaba de publicar la editorial Kókinos, nos cuenta la historia de Simona, una niña de la que sus compañeros de colegio se mofan constantemente en el patio del recreo, ese lugar de libertinaje escolar donde suelen empezar las peleas cuando los profesores de guardia no están revoloteando. La llaman Simona la fea (Merece la pena echarle un ojo al título original y adivinar el guiño que se hace a una de las top models menos agraciadas de la historia) pero ella, extrañada, no entiende las razones que les llevan a pensar eso.
Cuando llega a su casa, se mete en el baño, se pone delante del espejo y es muy feliz con los maravillosos reflejos que ve de sí misma. Simona es una consumada científica, también es la mejor enfermera del hospital, un ninja astuto y veloz, una reconocida astronauta, la aguerrida exploradora que muchos quisieran ser o una domadora de fieras sin parangón. Tiene muy claro quién es y hasta donde llegará.
Con algunas referencias visuales (¿Han visto a Superwoman o los frescos de la Capilla Sixtina), unas cuantas personales (Simonas de toda condición) y mucha imaginación, los autores de este libro le dan una vuelta de tuerca a los dimes y diretes escolares para, con mucha inteligencia, transformar la realidad de la víctima en un universo lleno de orgullo con el que tapar la boca de quienes la insultan y critican, pues en esta vida, todo opinión es subjetiva.
Honesto, sin pretensiones ni demasiadas recetas, esta historia de acoso en la que no intervienen los adultos (N.B.: Se agradece la ausencia de paternalismo literario. ¡Los padres lo llenan todo de mierda!), aparte de apuntar a esos cazurros que siempre se meten con los demás en un alarde de ficticia superioridad (en el fondo no son nadie), regala una sonrisa triunfal a todo aquel que, ignorándolos, se ha hecho más fuerte.






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