Bien entrado el curso, los alumnos empiezan a sufrir con los primeros exámenes y las aulas se llenan de corrillos de alumnos que comparten sus conocimientos, histeria y miedo. Los hay más nerviosos y más tranquilos, más brillantes y más granujas, más estudiosos y más gandules, pero todos ellos necesitan desarrollar sus propias estrategias de estudio. Repetir como guacamayos, esquemas y resúmenes, montones de colores o memoria fotográfica. De entre todas ellas, mis favoritas son las asociaciones de ideas como las reglas mnemotécnicas.
Una asociación de ideas es el mecanismo mental que conecta pensamientos, imágenes o recuerdos con ciertos conceptos. Unos evocan otros gracias a una serie de principios, concretamente tres. El primero es el de la semejanza y que tanto defendió la Gestalt. Con este nuestro cerebro conecta elementos que comparten características comunes, como por ejemplo las tres franjas de Adidas. El segundo es el principio de contigüidad, en el que vinculamos conceptos que han ocurrido juntos en el tiempo o el espacio, como asociar una canción determinada con aquel campamento de verano. Por último tenemos el principio de causa y efecto que establece conexiones lógicas entre un evento y su consecuencia, como la lluvia y el arcoíris.
Y como los libros infantiles y la vida se funden en esta casa de monstruos, he aquí una creación para ilustrarles… Bastien Contraire, autor de genialidades como El intruso, se lanza de nuevo a la experimentación para sorprendernos con un álbum conceptual de formato considerable que se interna en los mecanismos discursivos en el ámbito del libro dirigido a prelectores y primeros lectores.
Así, cuando abrimos Los animales (editorial Kókinos) nos encontramos que cada página recoge un animal, pero el único rastro que podemos encontrar de él es su color. Ni líneas ni formas (¿Para qué? Si ya los conocen). Obviando la fisionomía de cada uno de ellos, el autor se centra en círculos cromáticos a través de los cuales hacemos pequeñas asociaciones de ideas que nos los presentan. Incluso se atreve a establecer diferencias en lo que a tonalidades se refiere. Entre el gris elefante y el gris ratón, el verde de la rana y el del cocodrilo, también juega con el blanco del oso polar (¿Acaso no es el mismo que el del papel?) y termina con un troquel que abre la imaginación gracias a un animal experto en camuflaje.
Quizá los adultos piensen que el público infantil puede recibir con extrañeza una obra como esta, pero lo cierto es que la abstracción supone un plus en lo que al aspecto lúdico del álbum, ya que ayuda al constructo de las ideas desde un prisma menos convencional y más creativo (cada cual que proyecte su idea como le dé la gana) en el que la curiosidad siempre es santo y seña. Así, da lugar a divertidos juegos de adivinanzas con el niño que, desde bien temprano asocia colores y objetos, igual que palabras y cosas.
Por último, un apunte… Aunque la edición en castellano opta por una tipografía en mayúsculas que es muy útil y facilita el aprendizaje, los amantes del diseño echamos de menos la original, ya que el autor hace todo un ejercicio creativo a base de letras ligadas que aportan calidez y personalidad al resultado final.




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