Tras un fin de semana espléndido (¡sin catarro!), dimes y diretes de todas clases y sabores, y algún que otro chiste, he llegado a una conclusión muy apropiada para este blog, o al menos eso creo… ¡Allá voy!
Muchas palabras de nuestra lengua, la española, dentro de unos años, formarán parte del pasado, estarán condenadas a la extinción. No es que no albergue esperanzas en los hispanohablantes que vendrán, pero permítanme dudar de que perpetúen nuestro idioma tal y como hoy lo conocemos. Sería de necios pensar que las lenguas son inmutables, estáticas, ya que, nos refiramos al alemán, el bereber o el malayo, todas sufren cambios, evolucionan como cualquier ente vivo.
Poco queda ya en nuestro vocabulario de los tiempos del arado y la siega, de las medidas de grano, de utensilios con los que trabajaba el artesano…, simple y llanamente porque ya no nos hace falta nombrar nada de aquel pasado. Ahora, amén de la tecnología o del avasallador periodismo, muchos inventan nuevos vocablos que sustituyen a otros de factura más arcaica.
(Suspiro). Sea romanticismo o terquedad, uno se resiste a dejar tras de sí un reguero de palabras como si de meros cadáveres se tratasen, porque muchos las crean inútiles o en desuso. Por eso recojo palabras de los caminos, reúno las palabras perdidas. Palabras como celemín, romana, badil o alhábega. Porque quien deja morir una palabra, pierde un poco de sí mismo.
Es un consuelo saber que siempre nos quedará el diccionario y así poner una pizca de amor en nuestras vidas con palabras como biznaga, espeto, bujía, ñoño o gardenia.
Muchas palabras de nuestra lengua, la española, dentro de unos años, formarán parte del pasado, estarán condenadas a la extinción. No es que no albergue esperanzas en los hispanohablantes que vendrán, pero permítanme dudar de que perpetúen nuestro idioma tal y como hoy lo conocemos. Sería de necios pensar que las lenguas son inmutables, estáticas, ya que, nos refiramos al alemán, el bereber o el malayo, todas sufren cambios, evolucionan como cualquier ente vivo.
Poco queda ya en nuestro vocabulario de los tiempos del arado y la siega, de las medidas de grano, de utensilios con los que trabajaba el artesano…, simple y llanamente porque ya no nos hace falta nombrar nada de aquel pasado. Ahora, amén de la tecnología o del avasallador periodismo, muchos inventan nuevos vocablos que sustituyen a otros de factura más arcaica.
(Suspiro). Sea romanticismo o terquedad, uno se resiste a dejar tras de sí un reguero de palabras como si de meros cadáveres se tratasen, porque muchos las crean inútiles o en desuso. Por eso recojo palabras de los caminos, reúno las palabras perdidas. Palabras como celemín, romana, badil o alhábega. Porque quien deja morir una palabra, pierde un poco de sí mismo.
Es un consuelo saber que siempre nos quedará el diccionario y así poner una pizca de amor en nuestras vidas con palabras como biznaga, espeto, bujía, ñoño o gardenia.