jueves, 28 de abril de 2011

Inspiración...



No sé qué me pasa pero la inspiración me rebosa por las orejas, cosa rara ya que, desde hace unos días, me atiborro a antiestamínicos para caballos y hacerle frente así a los estragos que causan las gramíneas: alergias, un clásico primaveral… Llamo su atención sobre este detalle porque, si tenemos en cuenta que dichos fármacos provocan somnolencia al tiempo que ralentizan el ritmo encefálico, es bastante llamativo que un servidor maquine ideas a la velocidad del churro.
Que si voy a hacer esto, que si escribo de lo otro…, vamos, que el arte se me rebela, está que muerde y no hay quien le enganche el bozal... Menos mal que uno se conoce y, al final, todo quedará en pájaros volando y cuentos de lechera, terminando inerte sobre el mullido sofá mientras ejercito tarso y metatarso sobre el mando a “distán”. ¡Qué perrería, señor!
Lo que más me congratula es que, con tanto brío imaginativo, me he topado con la agilidad del grafito sobre el papel, con esa gracia que tienen muchos para plasmar con cuatro líneas la magia de los objetos, con el boceto. Les parecerá nimio y hasta estúpido, pero para un amante de la pintura como yo, dar con la curvatura justa de los trazos y transmitir así una impresión, se traduce en sentida alegría.
Y con tanto sentimiento artístico, sería casi pecaminoso el dejar de recomendarles uno de los mejores álbumes ilustrados editados durante la presente primavera y que lleva por título Para hacer el retrato de un pájaro, un poema de Jacques Prevert e ilustrado por Mordicai Gerstein (Faktoria k de libros), la coqueta y poética lección de pintura que todos, artistas o no, llevamos dentro…, como el trino de los jilgueros.

lunes, 25 de abril de 2011

De regreso...



Les resumo mi viaje en una impresión… Generalmente, después de visitar un lugar, acostumbro a pensar con quién iría acompañado en el caso de regresar a él. Hay sitios perfectos para recorrerlos de la mano de una pareja, otros que se prestan a las correrías con los amigos, con desconocidos los menos, e incluso los hay para disfrutarlos con uno mismo. Pero, déjenme que les diga que, Italia, sin mis alumnos, sería simplemente nada.
Si les soy sincero, antes de emprender la marcha por el país de los Apeninos, el joven profesor que soy, sentía cierto temor… Por las trastadas de los alumnos, por los errores de uno, por lo descontrolado del destino... A pesar de todo, he, hemos regresado sanos y salvos allende una sonrisa descomunal, multiorgásmica, no sólo por el hermoso caos de Roma, la belleza articulada de Florencia o la sencillez de Pisa, sino por las anécdotas, las peleas y riñas absurdas, los momentos de tranquilidad, las paradas del camino y sus carcajadas, y los sueños compartidos.
Si alguien subraya que viajar es aprender, está en lo cierto. En sí mismo, el viajar, el deambular, el empaparse de la experiencia, es descubrir, hecho que siempre aupa el conocimiento, bien sea de lo desconocido, de los otros o de uno mismo. Lo afirmo con conocimiento de causa, la mejor manera de hacerlo.
Y para despedirme, confiarles una de esas cosas aprendidas, una de esas curiosidades lijeras que les gustan tanto… Deambulábamos por la ciudad de Florencia en pos a nuestra guía, una italiana de clase muy agradable, cuando topamos con el famoso jabalí de bronce de la vía Porta Rossa. Tras unas cuantas fotos, me percaté de una placa en mármol dedicada a Hans Christian Andersen y, por curiosear, le pedí a nuestra acompañante una rápida traducción. Me confío que en honor a “Il porcellino”, uno de los muchísimos relatos de este autor, el pueblo florentino le ofreció este reconocimiento, por describir su ciudad en lo que llamaron “un entero libro ilustrado”.

miércoles, 13 de abril de 2011

Viajando por Italia...






Se acerca de forma inminente el viaje con el que los alumnos de bachillerato celebran su entrada en el mundo pre-adulto, y también el compromiso que muchos maestros les regalamos de un modo altruista para ello.

Seguro que muchos de ustedes piensan que estoy de suerte por viajar a Italia los días venideros y, seguro que muchos de vosotros creéis que es una responsabilidad efímera, evanescente…, pero concédanse el beneficio de dudarlo.


Comparándome con otros compañeros -quizá con usted-, llevo poco tiempo ejerciendo esta profesión, una que da más quebraderos de cabeza que satisfacciones y que a un mismo tiempo elegí por vocación. Lejos del salario, los privilegios, los horarios, las vacaciones y otras mandingas con las que nos azuza la sociedad, esa que nos quiere poco, nos da menos y nos exige más, me siento orgulloso de dedicar mi tiempo a este trabajo impagable.

Muchos son los padres que nos hacen responsables de los males escolares, a muchos no les tiembla la voz cuando se han de enfrentar al profesor, son más los que tratan a sus hijos como auténticos minusválidos cerebrales o aquellos que se desentienden de su papel como progenitores y educadores. También sé de los males de la escuela, de las faltas y defectos que no me eximen de mi parte de culpa... Pero siempre queda un lugar para la confianza que depositan en nosotros para que viajemos durante el presente y preparemos al futuro, el de todos.

Y en honor a ellos, a mis alumnos, y al lugar que han elegido para hacerme sufrir durante los próximos ocho días, la patria del autor de esta obra, Philip Giordano (uno de los ganadores en Bologna Ragazzi), les recomiendo La princesa Noche Resplandeciente –editorial SM-, un álbum ilustrado de factura exquisita que, pese a ser una adaptación –ya saben de lo mío con las interpretaciones- algo libre del clásico japonés Taketori Monogatari (uno de los primeros relatos asiáticos en lengua escrita, también conocido como Cuento del cortador de bambú), me ha cautivado.

Y descuiden, a mi regreso seguiré reseñando para ustedes las más hermosas historias jamás imaginadas.

Disfruten del descanso.

Ciao.

lunes, 11 de abril de 2011

Sorpresas de buena mañana




Afortunadamente, algunos madrugadores hemos podido librarnos de este asorrate estival que nos ha regalado la primavera y cobijarnos bajo la sombra cuando el sol está en su cenit. ¡Menos mal que se calma el cotarro y arriban de nuevo temperaturas más suaves!

Aprovechando el frescor de la mañana, desayuné, me aseé debidamente, y me lancé a las calles para golismear en tiendas y supermercados como buen albaceteño (un amigo lo define como “cosmopolitismo”, yo lo llamo “orejetear”)… Y entre ferreterías, grandes superficies y mercerías, me acerqué, cómo no, a un par de librerías en las que encontré algunos libros reseñables.

NOTA: Es una lástima que el jueves dirija los pasos hacia Italia como profesor acompañante de mis pupilos en su viaje de fin de curso (¿quién me mandará?), por lo que tendrán que esperarme o visitar otros sitios de la blogsfera que muchas veces me toman la delantera (como pocas editoriales me mandan libros, dependo enteramente del interés de los libreros y la eficacia de sus distribuidores…).

Por lo pronto tengo que hablarles de la editorial Adriana Hidalgo (AH Pipala)… Si recuerdan, un servidor se quejaba amargamente en post pasados de la escasez de nuevos autores, de nuevas ideas…, pues bien, hoy les traigo tres títulos que me han encantado soberanamente y que están dentro de esta línea editorial argentina (¡Qué artistas! ¡Venden lo que sea!) y que desgrano a continuación:

a. Una lluviosa mañana de domingo de Sooni Kim y Mia Sim: Cuando somos niños, muchos son los domingos que nos despertamos sin querer y dejamos que nuestra mente quede libre y se pregunte si nuestro mundo es el único que existe, si habrá otros como nosotros.

b. Mi jardín de Zidrou y Marjorie Pourchet. Libro de pequeño formato que aúna la metáfora de la vida, los recuerdos infantiles y la contemplación de la naturaleza. Llegó a acongojarme… ¿Qué niño no ha tenido un pequeño jardín, una efímera maceta?

c. La casa del árbol de Marije Tolman y Ronald Tolman. Reconocida con un premio en la feria de Bolonia (Bologna Ragazzi), esta historia muda es el reflejo de una historia cotidiana, imaginativa, evocadora, de dos osos que deciden instalarse en lo alto de un árbol. Exquisita, diferente.

Tres imprescindibles.

jueves, 7 de abril de 2011

Valientes


Que el mundo está hecho para valientes y osados es algo que todos sabemos de sobra, aunque si a este mundo nos referimos y no a los pasados, habría que añadir que, para sobrevivir a sus avatares, también es necesaria la cara dura. Echarle un poco de morro a la vida no viene de más, sobre todo por toda la panda de charlatanes, vendepeines y pilluelos con los que nos chocamos de bruces, de costado o de espaldas. Y si queda salpimentado con algo de agallas y firmeza, mejor. No crean que la gallardía sólo se agradece en momentos extremos, aquellos en los que nos ponemos a prueba, sino en la vida diaria… Recordarle al dependiente que no me gusta el pan duro, que si el taquillero me ha devuelto menos de lo que correspondía, presentarse como voluntario para acompañar a unos cuantos adolescentes de viaje (véase mi caso…, temblando estoy…) o apuntarle al jefe que todos los trabajadores nos merecemos el mismo trato, son actos de templanza, aunque a veces, pese a poner los cojones sobre la mesa, también hay otras ocasiones en las que es preferible hacer alarde de inteligente silencio y emular a tortugas y avestruces. Y así, les animo a que tomen ejemplo de la protagonista del libro de hoy, La oveja Carlota, de Anu Stohner y Henrike Wilson y publicado por Lóguez en España, den un paso adelante y se enfrenten a sus miedos con total naturalidad, quizá se pierdan muchas cosas por vergüenza, decoro o mera pasividad, porque no olvidemos que todo arrojo tiene un premio, tangible o emocional, que engrandece nuestra confianza misma, nuestras ganas de vivir.

lunes, 4 de abril de 2011

Mismos horizontes de distinto color


Cuando hablo de lugares lejanos, de países por visitar, con esta gente manchega que me rodea, siempre sale a colación esa misteriosa atracción que sentimos los de aquí por los paisajes verdes y los frondosos bosques, por vergeles densos y desconocidos en los que escurre el agua de cada mata... Cuestión lógica, ya que los que nacemos en la meseta estamos más acostumbrados al justiciero sol que todo arrasa y a la tierra desgajada en gasones, en pocas palabras, al desierto en vez de a los edenes tropicales... Todo el mundo anhela lo que no tiene, ¿qué se le va a hacer…?

No nos ocurre así con el mar, esa línea infinita que se abre en cualquier puerto, que bordea cualquier playa... Nos gusta oír el mar, el rumor de las olas, tontear con la arena y la espuma,…, y poco más…

Esa inmensidad que a los hombres de montaña embriaga, la ingente cantidad de agua salada que apoca a muchos es el mismo océano con el que hemos vivido nuestra niñez de llanuras, el mismo horizonte pero con distinto color. Nuestra amplitud es la misma, nuestra vista, pareja, y la soledad, parecida. Hemos crecido en un mar de color pardo que la vista no alcanza a terminar, donde el agua es la tierra y las estelas de los barcos el polvo del camino. Por ello, mientras leía El mar y otras cosas de las que también me acuerdo, de Mónica Gutiérrez Serna (Thule Ediciones), sentí algo profundo, un poso de la infancia en el que me veía sobre la bicicleta, atravesando los campos de cebada en busca de la perra recién parida, recogiendo los nazarenos que brotaban en el camino… Esas han sido mis cañas de pescar, mis velas desplegadas.

sábado, 2 de abril de 2011

Día del Libro Infantil 2011


Muchos se preguntan qué le veo a los libros para niños. A esos les respondo: simplemente me hacen enormemente feliz. ¿Y a usted?